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Aportación al debate de la reestructuración de la deuda (II)

17 de diciembre de 2014

La deuda pública y la máquina del Tesoro Público

Al tiempo que los intereses de la deuda se computan como un gasto más en el presupuesto del Estado, la devolución del principal de la deuda se paga dando a la maquinita del Tesoro Público


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DodgertonSkillhause. CC  
Este artículo es la segunda parte de la aportación al debate de la reestructuración que realiza el autor. La primera parte está publicada aquí

"¡Trata de arrancarlo, Carlos, trata de arrancarlo!” Todo el mundo recordará aquel rally donde Carlos Sainz fue incapaz de sacar el coche del barro y conducirlo hasta la victoria. Esta vez, con mejor suerte que Carlos, el equipo económico de un hipotético gobierno de Podemos tiene el gigantesco reto de arrancar una economía gripada, sacarla del barro y llegar a la meta de la reestructuración de la deuda privada y pública, manejando correctamente los tiempos, las alianzas y las alternativas.

Cualquier economía o Estado contrae deuda. La deuda, en sí misma, no es ni buena ni mala, dependerá de la finalidad del gasto y su sostenibilidad. Todo país necesita endeudarse para financiar inversiones, a condición de que sean rentables desde el punto de vista social y económico. Es decir, que el bienestar que cause sea mayor que su coste financiero (gasto en intereses). Hoy estamos en un escenario tóxico donde la nueva deuda sólo sirve para devolver vieja deuda e incrementarla. Lo que detrae recursos de la economía y no ayuda a expandirla.

Sin conocer el funcionamiento del Tesoro Público no se puede entender la adicción del Estado a la máquina de emitir deuda. A lo largo del 2015 el Tesoro va a emitir 242.765 millones de euros en términos brutos (24% del PIB). La deuda no es sólo una losa sino también un bucle. Me explico. El tesoro es una máquina que produce deuda y la coloca a inversores a cambio de un tipo de interés fijo que va cobrando año a año hasta el momento de la devolución del principal de la deuda. Al tiempo que los intereses de la deuda se computan como un gasto más en el presupuesto del Estado, la devolución del principal de la deuda se paga dando a la maquinita del Tesoro Público. Es decir, la devolución de la deuda, excluyendo los intereses, no se paga con dinero contante y sonante recaudado por el Estado, sino con nuevas emisiones de deuda. El déficit presupuestario también se paga así.

La deuda no es sólo una losa sino también un bucle

Al estudiar qué estrategias existen en la reestructuración de la deuda pública, debemos conocer primero qué tipo de acreedores en el mundo están dispuestos a financiarnos, en que situaciones y por cuánto. Acto seguido debemos decidir si queremos parar en algún momento la máquina del Tesoro público. Por último, hay que cuantificar el ahorro de gastos y el coste del cierre del grifo de la financiación externa, derivado de un cese de pagos. Éste imposibilita financiar los nuevos déficits presupuestarios a medio-largo plazo en los mercados. Esto ha sido así tanto en Ecuador como en Grecia.

Un impago de la deuda, incluso parcial, por incapacidad de pago o voluntad política, sea pactado o no con los acreedores, conlleva una expulsión, de no menos de cuatro años, del mercado de bonos y obligaciones, quedándose limitada la financiación a la emisión de letras (corto plazo).

Puede ocurrir que, a pesar del ahorro de una quita parcial, los vencimientos de la deuda pasen a ser financiados con ingresos fiscales dada la imposibilidad de pagarlos con nueva deuda, lo que dispararía el déficit presupuestario. La losa saldría otra vez a la superficie.

En el caso de Grecia, cuya realidad es más parecida a la nuestra, la incapacidad de pago estructural y el gasto desaforado en intereses de la deuda, quebraron al Estado. Los griegos cayeron en el particular juego de la oca del FMI. Este juego consiste en que el FMI se hace cargo de la financiación del Estado griego, a través de un gran préstamo, a cambio de ponerle a dieta austericida. O sea, le llevan esposado y se queda varios turnos sin tirar. Esta dieta no sólo no reactiva la economía, sino la contrae y genera más déficit, y por tanto, más deuda, que sumada al gran préstamo y restada a la quita de turno, al final acaba en el mismo nivel de deuda y con un paisaje de posguerra desolador. Por tanto, los griegos volvieron a la casilla de salida y, de remate, convertidos en colonia.

Esta experiencia la vivieron en carne propia los países latinoamericanos (Consenso de Washington). Ellos, ahora, vienen de vuelta. Es el caso de Ecuador, el presidente Rafael Correa era consciente de la letalidad de la terapia del FMI y creó una estrategia diferente. Incluso aplicó la “Teoría de juegos” según le explicó a Jordi Evolé. Teniendo la capacidad de pago, que le confiere obtener unos ingresos fiscales petroleros, el gobierno de Correa realiza por sorpresa un cese de pagos sobre unos bonos diferenciados del resto, por su carácter usurero y especulativo, puesto que ya habían sido intercambiados en el mercado con grandes descuentos. Acto seguido, el gobierno propone a esos acreedores una quita del 70% que coincide aproximadamente con el precio de mercado de esos bonos. Tras dilatarse el proceso de negociación, finalmente el Estado recompra esa deuda, obteniendo un descuento de un 80%. A efectos contables, adelantaron el pago de la deuda a cambio de una rebaja adicional. Inmediatamente después no tuvo que recurrir al FMI, sino a China, que está financiando proyectos productivos en Ecuador sin contrapartidas que impliquen el empobrecimiento de la población. Hoy la deuda ecuatoriana está en un 36,5% en manos chinas, un 45,8% en bancos regionales de desarrollo y sólo un 8,2% en deuda pública emitida, que tras 9 años sin emitir, ha vuelto a hacerlo. Es interesante el caso de Ecuador porque tampoco tiene el control de la política monetaria puesto que su moneda es el dólar. Lo que se asemeja un poco al caso español en relación al euro.

En Grecia, la incapacidad de pago estructural y el gasto desaforado en intereses de la deuda, quebraron al Estado

Las reestructuraciones de deuda se suelen calificar de ordenadas, o desordenadas, cuando llegan a un pacto, o no, con los acreedores. Sin menospreciar la negociación, que sea ordenada, o no, a mi juicio, va a depender de si está enmarcada, o no, en un plan de reactivación económica y de recuperación de la capacidad de compra.

Hay que saber jugar con nuestras fortalezas y debilidades en la reestructuración de la deuda pública. No es lo mismo parar voluntariamente la maquinita del Tesoro a que te la paren, puesto que ésta es la que marca el nivel de dependencia financiera a los mercados. No es lo mismo dejar de pagar ‘a la desesperada’, por tener incapacidad de pago, que realizar un impago dentro de una estrategia política de reactivación económica. No es lo mismo que el Estado tenga un gran prestamista de último recurso alternativo al FMI, que no tenerlo. No es lo mismo tener política monetaria, con moneda propia, que no tenerla. No es lo mismo que el sistema bancario español tenga únicamente al BCE como prestamista supranacional en última instancia, a que pueda obtener liquidez a corto plazo de otras instituciones menos desestabilizadoras. No es lo mismo que un posible impago pueda quebrar el sistema financiero de los países centrales, que no pueda quebrarlo. No es lo mismo tener un mandato democrático, que no tenerlo. No es lo mismo presentarse como un corderito degollado, que actuar como un lince ibérico.

La salida del euro será un elemento necesario cuando resolvamos las reestructuraciones de la deuda pública y privada. Plantearla con anterioridad, salvo que nos expulsen, carecería de sentido estratégico. Si se sale del euro, sin reestructurar la deuda, pagaríamos en pesetas devaluadas una deuda exterior adquirida en euros, lo cual nos lleva a un inevitable impago desordenado tanto para los acreedores como para el país. Y un impago voluntario e inmediato, tras la salida del euro, sería acumular muchos frentes, dado que, ante una devaluación de la nueva peseta a la vista, los cajeros automáticos echarían humo mientras soltaran euros. Por tanto, a corto y medio plazo descarto la hipótesis de la salida del euro.

Habrá quien diga, y no falto de razón, que es mucho mejor realizar un impago total de la deuda pública, y asumir todo el coste de la falta de financiación para toda la economía, que hacer quitas intermedias que nos llevan, como en el caso griego, a la casilla de salida. Vamos a estudiarlo.

En una situación de impago total no podríamos financiar el déficit presupuestario dándole a la maquinita. La realidad, por tanto, te obliga a reducir a cero tu dependencia con los mercados. Es decir, llevar a la práctica la regla del déficit cero, por lo menos, en relación a la emisión de deuda. Sin embargo sabemos que podríamos absorber un 70% del déficit público anual con el ahorro de los gastos anuales de intereses de la deuda. Sólo necesitaríamos aumentar los ingresos fiscales en 2 puntos sobre el PIB para cuadrar las cuentas públicas. La supresión de la devolución del principal de la deuda no supondría ningún ahorro presupuestario puesto que siempre se ha pagado con nueva deuda. Naturalmente, la reforma fiscal, para aumentar la presión fiscal 10 puntos sobre PIB a los ricos, debe llevarse a cabo en cualquiera de las hipótesis, y tendría estar implantada al menos un año antes de cualquier escenario convulso. En el lado de los costes, habría que añadir que dejaría al sistema bancario español, gran poseedor de deuda pública española, con unas pérdidas muy abultadas, con los mercados cerrados y a expensas del veredicto del germanófilo BCE. Esto sólo sería una opción realista en caso de tener acreedores alternativos y con la reestructuración de la deuda privada externa completada, como así expliqué en el artículo “La deuda privada y la desamortización de la banca”. En caso contrario acabaríamos malgastando la reforma fiscal en un nuevo rescate a los bancos y perdiendo la oportunidad de implantar un programa de reactivación económica.

Una de las alternativas es realizar una reforma fiscal patriótica

No es que haya que tener pena de los inversores en deuda pública. Todo lo contrario. La gran mayoría son fondos de inversión y bancos alemanes y franceses, de los cuales, muchos tienen contratados seguros de impago. Es decir, recuperarían un aparte. En su lógica, además, van a preferir cobrar una parte a nada. Esto aumenta nuestro poder de negociación, no obstante, los acreedores tienen instrumentos para agruparse e instituciones como el Club de Paris para hacer lobby. Por tanto, no sólo va a ser una cuestión de costes y negociación, sino que también de alternativas y oportunidades. O sea, teoría de juegos.

Hemos de tener en cuenta que no a todo el mundo se le puede dejar de pagar, puesto que se gobierna para las clases populares y con una política exterior de alianzas. De alguna manera se les debería pagar una indemnización o compensación por ese impago indiscriminado. Por ejemplo, a pequeños ahorradores nacionales cuya principal fuente de ingresos sea el trabajo, a países aliados del nuevo gobierno o al Fondo de Reserva de la Seguridad Social.

Dentro de las posibles estrategias alternativas, mis recomendaciones a corto y medio plazo son:

1) Quita parcial de la deuda de los países del sur de Europa como resultado de una lucha y una negociación, bajo un programa de reactivación económica (no austericidio) y con un periodo de carencia de pago de intereses hasta recuperar la senda de crecimiento y la generación de empleo.

2) Diversificar acreedores, especialmente los BRICS. Implantar una nueva diplomacia financiera para obtener préstamos finalistas para proyectos productivos, como por ejemplo: infraestructura digital o autoproducción de energía solar, entre otras muchas cosas que aporten valor añadido.

3) Reducir la dependencia del Estado a la máquina del Tesoro, es decir, controlar la adicción financiera a los mercados. Intentar acceder al Banco de Desarrollo de los BRICS para refinanciar una parte sustancial de la deuda, con un periodo de carencia de pago de intereses hasta la reactivación económica.
Es necesario afrontar, como prólogo a la reestructuración, un dilema clave de nuestra política exterior. O somos pasto del Club de Paris, del FMI y del BCE, o realizamos determinadas concesiones a los BRICS, buscando en la multipolaridad de estos, un espacio de soberanía significativamente mayor del que disfrutamos en relación a Alemania y Estados Unidos. Por ejemplo, una salida de la OTAN, por dignidad nacional, tendría un coste en términos de colaboración tecnológica, pero un beneficio del que con toda seguridad Rusia nos compensaría. Hay que saber rentabilizarlo. La reciente caída de precios del petróleo, que todavía no llega a crisis, sabemos que está afectando a los BRICS, así como las sanciones de la UE perjudican a Rusia. Sin embargo, esto puede llegar a ser una ventaja porque un apoyo político a estos países tendría el correlato de un beneficio económico y financiero. Y precisamente porque poseen grandes excedentes de ahorro, buscarán invertirlos en economías con activos baratos y que tengan expectativas futuras de crecimiento, como la nuestra.

4) Realizar una reforma fiscal patriótica con el objetivo de recaudar 10 puntos más, en relación al PIB, que grave a las grandes fortunas de los grandes de España y a los grandes patrimonios construidos al calor de la burbuja. Debe implicar, también, una subida del tipo efectivo de las grandes empresas, el combate al fraude y la expropiación inmediata de condenados por corrupción, ya sean personas jurídicas o físicas. Un 33% de los nuevos ingresos obtenidos irían a cofinanciar la Tarjeta de Reactivadora del Consumo Nacional, y el 66% restante, a reparar los agujeros del Estado de Bienestar e invertir en lo señalado en el punto dos: nuevas infraestructuras digitales y autoproducción solar. Todo esto lo explico en el artículo sobre “la deuda privada y la desamortización de la banca”.

5) Llevar a cabo una auditoría pública y ciudadana. Es cierto que normalmente las quitas, parciales o no, se hacen “indiscriminadamente”. Sin embargo, no hay que desdeñar la posibilidad de una auditoría de la deuda para investigar qué deuda tiene unos intereses “usureros”, por ejemplo entre el 2010 y 2014 donde España sufría el acoso de los mercados, y que esa parte tenga un tratamiento diferenciado. La auditoría ciudadana puede establecer qué tenedores de la deuda tienen derecho a indemnización y quiénes no. No obstante, conviene recalcar que la única deuda finalista es el déficit eléctrico y el rescate bancario. En ambos casos la “factura financiera” no hay que hacérsela pagar a los tenedores de deuda sino a las eléctricas y a la banca. Eso sí, en el caso de nuestro rescate bancario europeo, la imposición europea de la austeridad vinculada a la recepción del préstamo, nos podría llevar a la justa conclusión de descontar la “factura social” del austericidio a la devolución neta de esos fondos europeos del rescate bancario. Esto conllevaría a un impago del mismo, ya que los recortes sociales y laborales son superiores al valor del préstamo pendiente de devolver.

Estos dos capítulos (déficit eléctrico y rescate bancario), junto con el Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), son aquel cajón desastre que cuenta como deuda pero no como déficit. Los últimos rumores apuntan a que el gobierno central va a hacer una quita a los autonómicos por su incapacidad de pago. Se trata de un regalo envenenado porque les va a hacer depender más de la financiación estatal. Y en relación al Estado, esta quita interna entre las administraciones públicas, no sólo no reduciría la dependencia financiera a los mercados, sino que la agravaría.

Por último, una auditoría ciudadana debería también investigar la cara A de la deuda pública y privada. Es decir, habría que levantar las alfombras de los grandes patrimonios, de la casta política y empresarial, para trazar un plan de recuperación del dinero saqueado.

Ha llegado la hora de los estrategas. Saquemos el coche del barro y tratemos de arrancarlo.

Pablo González  

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