¿Qué son los consejos obreros?
Los antecedentes históricos de esta segunda forma de consejos los encontramos en las tres revoluciones de la Europa occidental en los tiempos modernos. En la Revolución inglesa del siglo XVII, aparecieron consejos de soldados para defender los intereses colectivos de los soldados. Durante la Revolución francesa de finales del siglo XVIII, aparecieron consejos municipales (comunas) tanto en París como en otras ciudades, que representaban a la burguesía y a la pequeña burguesía. Y en la Revolución francesa de 1848 surgieron, por decreto del Gobierno revolucionario, consejos llamados ‘juntas de trabajadores’, pero formados nominalmente por patronos y teóricos socialistas, además de trabajadores.
A este tipo de movimiento político-social se le denomina ‘consejismo’, y aparece en períodos revolucionarios para aglutinar la acción de colectivos sociales desfavorecidos y que se organizan sobre la base de una democracia radical. El consejismo va a constituir posteriormente un elemento esencial en la historia del movimiento obrero y del socialismo. [1]
En cuanto a los consejos obreros, éstos son organizaciones de la clase trabajadora dentro de las empresas que pueden funcionar de forma asamblearia o por comités. A lo largo de la historia han respondido a motivaciones y fines diferentes, tanto de un país a otro como de un periodo a otro, que a veces podían plantearse de forma complementaria y a veces provocaban discusiones y tensiones internas. Así, en algunos casos estos consejos se limitaban a representar a los sindicatos en la empresa; en otros casos se desarrollaron como parte del proceso de negociación colectiva o como un suplemento de la misma (es decir, para tratar cuestiones específicas como los salarios o las condiciones de trabajo); en tercer lugar, se ha considerado también que podían servir como un instrumento que capacitaría a los trabajadores para desempeñar un papel en la dirección de la empresa; en cuarto lugar, hay una tendencia a utilizar el consejo obrero como un instrumento político; en quinto lugar, también ha habido intentos de utilizar a los consejos como instrumentos para reformar el movimiento de sindicatos de trabajadores, o a veces como sustitutos de los sindicatos convencionales. [2]
Puede decirse que los sindicatos, en sus primeros estadios, se basó en la organización de los trabajadores de empresas individuales en una medida mayor que actualmente, por lo que los consejos obreros precedieron con frecuencia al nacimiento de los sindicatos como agente eficaz de negociación. Pero las transformaciones socio-económicas posteriores hicieron que el centro de gravedad del movimiento obrero se desplazara a favor de los sindicatos, quienes se preocupaban cada vez más del establecimiento de condiciones uniformes en todo el ramo a escala nacional. La consecución de una ‘norma común’ sobre áreas más amplias, se convirtió en el objetivo primordial de la política sindical. La residencia, más que el lugar de trabajo, se convirtió en el criterio principal para la organización del sindicato. Empero, la organización dentro de la empresa no se perdió enteramente en este desarrollo, sobreviviendo en aquellas industrias en que la residencia y el lugar de trabajo tienden a coincidir: la industria minera, especialmente del carbón, son ejemplos obvios. [3]
El principal impulso para el resurgir y fortalecimiento de las organizaciones obreras en las empresas vino con motivo de los cambios en la tecnología industrial, que volvió cada vez más difícil establecer convenios colectivos de carácter general. Los consejos obreros no sólo han sido un apoyo para el trabajo sindical en las empresas, sino que a veces han servido de plataforma de expresión de los trabajadores no sindicalizados o pertenecientes a sindicatos minoritarios. Incluso algunos gobiernos no han dudado en favorecer la implantación de los consejos obreros como forma de debilitar a unos sindicatos demasiado combativos.
El consejo obrero constituye la forma más simple y la más radical de la autogestión económica
La consecuencia más fatal de la existencia de los consejos desde el punto de vista de los sindicatos, es el distanciamiento entre organizaciones obreras y trabajadores de empresa que el consejo crea con harta frecuencia. Las quejas sobre la falta de contacto entre los consejos y los sindicatos, o incluso sobre casos de hostilidad mutua, tampoco son infrecuentes. El peligro de la rivalidad sindicato-consejos de detectó tan pronto como el movimiento revolucionario de 1918-1919 amenazó con convertir a los consejos en organizaciones competitivas: cuando éstos reprocharon a los sindicatos que buscasen la ‘paz social’ para no perjudicar las campañas militares en la guerra mundial, a la que sin embargo muchos trabajadores se oponían. Por su parte, también los sindicatos temían que los consejos obreros se dejasen llevar por un ‘egoísmo de empresa’ que los distanciase de los intereses comunes a la clase obrera [4]
El consejo obrero constituye la forma más simple y la más radical de la autogestión económica: los obreros se apoderan de la empresa e intentan hacerla funcionar por sus propios medios. El ‘consejismo’ se remonta a la Comuna de Paris de 1871 donde encuentra sus primeras aplicaciones todavía titubeantes; pero desde los acontecimientos revolucionarios de 1905 en Rusia el consejo obrero, formado con delegados elegidos ya sea por su barrio o por su empresa, aparece bajo un aspecto definitivo. Los consejos obreros, conscientes del papel revolucionario que les toca desempeñar, no se contentan con el control de la empresa particular y de la vida económica; aspiran a la ‘gestión directa’ de toda la economía nacional.
Los consejos de fábrica salen a la luz en numerosos países de Europa durante y sobre todo después de la Primera Guerra Mundial. En su tránsito del simple control obrero a la gestión obrera, se inspiran a partir de 1917 en el modelo soviético. Es general el fracaso más o menos rápido de estas tentativas, además de que la burguesía, momentáneamente sumergida por este agente desestabilizador que ella no esperaba, termina por recuperarse; la emergencia brusca o inesperada de los consejos obreros choca por doquier con el espíritu reformador e institucional de los sindicatos obreros tradicionales.
Después de la Segunda Guerra Mundial la desestalinización, puesta en movimiento en 1956 durante el XX Congreso del Partido Comunista durante el cual Krushev denuncia los crímenes de Stalin, provoca un brusco renacimiento de los consejos obreros en el seno de la mayor parte de las democracias populares en condiciones desconocidas hasta entonces.
Efectivamente: la motivación difiere de la manera más profunda. Si los consejos obreros del periodo que sucede a la Primera Guerra Mundial luchan en nombre de un socialismo libertador en contra del régimen capitalista al que hacen responsable de la guerra y del que rechazan la explotación y el autoritarismo, los consejos obreros de las democracias populares, manteniéndose profundamente impregnados del ideal socialista de justicia social y de igualdad integral, concuerdan en reaccionar contra las desviaciones burocráticas y centralistas del socialismo estatal. [5]
Cómo ve el marxismo al consejismo
Como acabamos de exponer, el consejismo obrero aparece con toda rotundidad en las Revoluciones de 1905 y 1917 de Rusia. Estos consejos o ‘soviets’ no serán sólo de trabajadores, sino que surgirán también otros que representaban a soldados, a campesinos o a pequeñas ciudades (comunas). Se desarrollaron durante largo tiempo enteramente independientes del partido bolchevique y de su ideología; tampoco su meta fue al comienzo la toma del poder político. En muchos aspectos, eran un sustituto de los inexistentes o demasiado débiles sindicatos y partidos políticos. [6]
En el programa revolucionario bolchevique anterior a 1917 no ocupaban un lugar central los Soviets de los Diputados obreros. En verdad el partido bolchevique atribuía a los Soviets, como ‘órganos de huelga y levantamiento’, cierta importancia. Pero debería ser fundamentalmente la organización del partido la que preparara y guiase la lucha revolucionaria en las fábricas, en la milicia, etc. Lenin observaba desconfiado todos los intentos espontáneos de organización del proletariado, pues estos podrían hacer peligrar el papel de su partido como dirigente de las masas. Pero no pudo menos de reconocer la larga importancia revolucionaria de los soviets, reflejada claramente en Petersburgo y Moscú, y por eso escribió en 1906, que los soviets como ‘órganos del levantamiento’ estaban llamados a jugar en el futuro un papel importante. Incluso los llamó ‘células del gobierno revolucionario provisional’, solicitando a su partido «el estudio de estos órganos del nuevo poder históricamente determinados... y de los condicionamientos de su labor y su éxito». Sin embargo, en el siguiente decenio post-revolucionario desaparecen de nuevo los soviets casi por completo de la mente de Lenin, hasta que repentinamente, en 1917, reciben un puesto central en su teoría revolucionaria.
En realidad la apuesta de Lenin por el poder soviético era más una cuestión táctica que estratégica
Así es; en las ‘tesis de abril’ expone Lenin que los soviets de obreros y soldados representan un tipo de Estado nuevo, más elevado que ningún otro anterior, y pasa a reclamar con entusiasmo ‘todo el poder a los soviets’. La nueva orientación que Lenin imprime al marxismo es de gran calado. Pues hasta abril de 1917, los bolcheviques –al igual que los mencheviques- fieles a la concepción revolucionaria de Marx, no habían imaginado otro camino hacia el socialismo que una serie de medidas centralizadas contra la propiedad privada de los medios de producción, provenientes del gobierno proletario. En contra de esto, ya en 1905, grupos anarquistas y maximalistas habían propugnado la inmediata ‘socialización de las fábricas’. Las tesis leninistas sobre la toma del poder por los consejos de trabajadores y campesinos, que significaban un paso decisivo en la caída del capital y hacia el socialismo, sonaban en los oídos de algunos bolcheviques como si Lenin quisiera ocupar el trono dejado por el anarquista Bakunin. [7]
En realidad la apuesta de Lenin por el poder soviético era más una cuestión táctica que estratégica, pues tenía esperanzas de que en un futuro inmediato el partido bolchevique se hiciera hegemónico, mediante un trabajo tenaz de agitación y propaganda, en estos colectivos –como así ocurrió en muchos soviets poco antes de estallar la revolución de Octubre.
Sobre el papel deberían asumir los consejos y de su importancia histórica se han escrito ríos de tinta en el ámbito del marxismo. A este respecto, el economista Ernest Mandel ha proporcionado una excelente valoración de conjunto, de la cual nos quedamos aquí con dos ideas esenciales.
En primer lugar, la pretensión de reducir la emancipación de los trabajadores a poner las empresas individuales en manos de los consejos obreros resulta un tanto utópica. Y ello en múltiples niveles:
1. Resulta ilusorio postular la desaparición del Estado únicamente como resultado de una huelga, incluso de una huelga general con ocupación activa de fábricas. Empujada a sus últimas trincheras, la burguesía utiliza todos los resortes de su poder para defender la propiedad privada; dispone de un poderoso aparato de represión, policial y militar, además de otros recursos.
2. La coordinación de todas las actividades económicas es una exigencia absoluta en el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. En el fondo, no hay más que dos formas posibles de coordinación: la coordinación consciente y la coordinación espontánea, por el intermedio del mercado. Al rechazar la coordinación consciente, so pretexto que ella terminaría fatalmente en la ‘centralización administrativa’ y en la burocratización, los partidarios de un ‘poder obrero’ fraccionado y descentralizado por la empresa actúan en la práctica hacia el renacimiento generalizado de la economía de mercado, cuyos efectos alienantes no son menos nocivos que los de una burocracia central.
3. La emancipación de los trabajadores no requiere solamente la supresión de la propiedad privada, de la dominación del Capital sobre el Trabajo, y el debilitamiento de las relaciones mercantiles. Exige también el debilitamiento gradual de la división del trabajo, de la parcelación de las tareas, de la separación de funciones administrativas y funciones productivas. Por lo tanto exige, no trabajadores amarrados a ‘su’ empresa y que defienden celosamente ‘su empleo’ (si no, lo que es peor, ‘su’ parte de las ‘ganancias’ alcanzadas por ‘su’ empresa), sino más bien trabajadores para los que, sobre la base de un nivel de consumo anual garantizado, la multiplicidad de las tareas llegue a ser familiar, y, con ella, una enorme ampliación del horizonte, de las informaciones y de la cultura.
En segundo lugar, para Ernest Mandel resulta capciosa el dilema que algunos presentan entre dos tipos de modelos: o bien el de la antigua Yugoslavia, basado en una amplia autonomía de las empresas que buscan una máxima rentabilidad por medio del mercado; o bien la burocratización y la centralización administrativa de las decisiones estratégicas, como en la antigua URSS. Pues se pregunta:
«¿Por qué la autogestión obrera sería incompatible con una delegación democrática de poderes de decisión, no en las instancias administrativas, sino en instancias representativas del conjunto de trabajadores involucrados (congreso nacional, regional, local de los consejos obreros, mañana igualmente sin duda congresos internacionales? En realidad, toda una serie de decisiones económicas no pueden ser tomadas válidamente a nivel de empresa individual. Cuando se afirma que los ‘autogestores’ son ‘libres’ de tomar las decisiones, se oculta la mitad de la verdad; a continuación estas decisiones serán ‘corregidas’ por el mercado, y pueden llegar al resultado opuesto del que los ‘autogestores’ tenían como objetivo. ¿Cuál es por lo tanto la diferencia entre una obligación económica, actuando a espaldas de los ‘autogestores’ y un decreto administrativo tomado sin saberlo ello? ¿No son de hecho los dos procedimientos equivalentes e igualmente alienantes? Y ¿no consiste la solución verdadera y democrática en hacer tomar esas decisiones conscientemente, por congresos de consejos obreros, a todos los niveles donde éstas pueden ser tomados con validez (va de suyo que toda una serie de estas decisiones pueden serlo dentro de una empresa y aún en el seno de talleres y departamentos individuales)?» [8]
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