Gracias a la intermediación del Papa Francisco, líder de la secta ecuménica que más ha retrasado el desarrollo de la humanidad, los vástagos del Ché y del Tío Sam se “hicieron amigos” y por fin se alzó, en el Malecón de La Habana [1], la bandera de Estados Unidos. Lo que no consiguieron los hombres, se logró por intervención divina.
Barack Obama, que se había reservado la liberación de Cuba para el final de su mandato, ya había convencido a los convencidos de que era una estupidez seguir apretando los tornillos a los vecinos y que había llegado la hora de ir levantando el bloqueo a la isla rebelde.
Las mentes más preclaras de EEUU habían llegado también a la conclusión, antes del restablecimiento de relaciones diplomáticas con La Habana [2], de que habían sido inútiles y estériles las más de cinco décadas de cerco económico y aislamiento internacional de Cuba. A excepción, claro, de la base de Guantánamo, referente mundial del apego enfermizo a la tortura, donde aún hay un preso en huelga de hambre que pesa 33 kilos.
Un pajarito me dijo -tras inhalar unos gramos de coca y fumarse tres porros- que el faraón negro quería, además, dar un golpe de kárate en la nuca a Venezuela y de paso mandar un mensaje muy claro “a la molestosa izquierda del continente”: sin Estados Unidos no hay paraísos, ni milagros económicos.
Cuando ví como se izaba la bandera de EEUU en el Malecón, con el himno nacional a todo trapo y la presencia de John Kerry, me acordé de cuando los tripulantes del Apolo XI hincaron la enseña de “las estrellas y las barras” en la Luna, en julio de 1969, reafirmando así la toma de posesión de la Galaxia.
¡Oh, Cuba! Ojalá no acabes convirtiéndote en una prolongación de Miami o en un barrio periférico de Nueva York
Previamente al acto portuario se izó otra bandera similar en la ceremonia de reapertura de la embajada estadounidense en La Habana. Allí se colocó, también, un impresionante medallón con la efigie del águila calva, símbolo del poder indiscutible del Imperio que, en su día, no consiguió que España les vendiera la isla de Cuba.
Washington nunca pedirá perdón a la Habana – “se intuye”- por las evitables penurias y calamidades que hizo pasar a millones de cubanos con su criminal bloqueo económico, secundado por sus perritos falderos, cuyo objetivo era dar un golpe mortal a la amenaza del comunismo, epidemia fácil de contagiar en los países del Sur del mundo.
Hubiera sido algo monstruoso permitir el comercio libre con Cuba y correr el riesgo de ver la consolidación y despegue de una economía solidaria en América Latina. ¡Qué mal ejemplo para los otros! Además, les tomarían por estúpidos en “El Norte” después de haber invertido miles de millones de dólares en apoyar a las dictaduras militares del continente o en combatir cualquier rebelión del “diablo rojo” en todo el planeta.
Eso no quiere decir que esté defendiendo la “eternización” de los Castro en el poder, (a pesar de mi simpatía por la revolución cubana), ya que tenían que haber facilitado hace décadas un relevo generacional que inyectara savia fresca a “la patria del Ché”.
Lo mismo digo de “los zurdos tapones españoles”, capitidisminuidos desde hace lustros por la picadura de la mosca tse-tse. Su discurso provoca somnolencia. ¡Que dejen paso a los chicos y chicas, no importa de que edad -Carmena es un ejemplo de “juventud política”- que ansían rejuvenecer su mensaje ideológico y avanzar sin miedo!
¡Oh, Cuba! Ojalá no acabes convirtiéndote en una prolongación de Miami o en un barrio periférico de Nueva York. El inquilino de la Casa Blanca ya ha empezado a pediros, a través de Kerry, “reformas democráticas”, lo que traducido al castellano significa “un matrimonio con el capitalismo salvaje, hasta que la muerte os separe”.
“Si votar sirviera de algo, ya estaría prohibido”, decía Eduardo Galeano al hablar de la “democracia”, tan bien promocionada por EEUU y sus aliados. Esa terrible verdad (la muerte de la democracia) ha quedado demostrada en Grecia, donde la voluntad del pueblo, expresada claramente en las urnas, ha sido pisoteada por los mercaderes que esclavizan al Sur y lo endeudan de por vida.
Washington nunca pedirá perdón a la Habana por las evitables penurias y calamidades que hizo pasar a millones de cubanos con su criminal bloqueo económico
Dudo que EEUU exija en serio a Cuba el respeto de los Derechos Humanos, a no ser que quiera provocar grandes carcajadas, con ecos incluidos, en la aldea global. Si hay un país en la Tierra que jamás ha respetado los DDHH, dentro y fuera de sus fronteras, es la Norteamérica de colmillos de acero, balazo fácil y concertinas sociales.
Una vez abiertos los diques del Malecón, EEUU intentará introducir “el capitalismo salvaje” en la isla, esa máquina que mata o mutila a millones personas del Sur y, además, de forma legal. Dicen que la Tercera Guerra Mundial ya ha empezado, y que es económica. Ya hay computadoras que cuentan el número de bajas que dejan todos los días, en el campo de batalla, “los traficantes de mano de obra barata”.
El desembarco en la isla de siluetas con dólares podría reanimar la decaída industria de la prostitución. El turismo sexual es mucho más rentable ahí, se ahorra en tiempo y combustible. Viajar a Filipinas o Tailandia es mucho más caro. Las jineteras ya se preparan para dejar sus tacones rotos en el Malecón y grandes hoteles.
Regresarán los casinos. Volverán las oscuras golondrinas a los balcones de la Habana sus nidos a colgar, pero de los pobres de solemnidad, de los Nadies ¿Quién se acordará?
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para pedir a “los aliados” que cierren ya la vergonzosa cárcel de Guantánamo, donde se viste a los torturados con monos anaranjados que sirven de inspiración a los extremistas del Estado Islámico para enfundar a inocentes que son secuestrados y decapitados.
1 Mensaje
03:58
No lo creo, los cubanos no son tan estupidos para entregar lo que tienen por la basura del norte.
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