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Desmontando la economía colaborativa

7 de abril de 2016

Verdades y mentiras de la economía colaborativa

Mucho se dice en la calle sobre esta otra forma de hacer economía. El espectro de creencias generalizadas va desde las acusaciones de ‘farsa’ e ‘ilegal’ hasta la fe ciega en sus posibilidades para salvarnos de la crisis. ¿Es que alguien tiene la razón?


Verdades y mentiras de la economía colaborativa
OuiShare Summit 2012 cc  

Uno de los principales inconvenientes de hacerse famoso es que se está más expuesto a las críticas. Le pasa a las personas y, en general, a cualquier ente, objeto, fenómeno o pensamiento que quede iluminado por los focos de los medios de difusión. Entonces surgen las venturas y desventuras, las escaladas astronómicas al Olimpo de los dioses y las caídas (cuesta abajo y sin frenos) al Averno. La ya popular economía colaborativa no podía ser menos. Pero ¿qué hay de cierto en los rumores y leyendas que existen sobre ella? Hoy, desmontamos (o no) algunos de los mitos de la economía colaborativa.

“Esto es cosa de 4 hippies…”

… “de grupúsculos de dudosa moral”, de “bohemios de la vida”. Cualquier otra persona sería incapaz de dormir en el sofá de un desconocido, regalar dinero a un joven emprendedor o usar monedas con nombres tan raros como puma o boniato –¡con lo bien que nos va con el euro!

Es una minoría, desde luego, que, paradójicamente, se cuenta por millones, si nos fijamos en el número de personas involucradas en las distintas formas de economía colaborativa en nuestro país. Sirve de ejemplo el primer estudio sobre consumo colaborativo realizado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) que asegura que el 74% de los encuestados dice haber participado en iniciativas de este tipo. Como este, hay otros informes del sector. Así que, o vivimos en un país de ‘perroflautas’, o esto está más generalizado de lo que nos cuentan.

“Es una moda pasajera”

También; aunque todo depende de la óptica desde la que se mire.

Siguiendo con el ejemplo del consumo colaborativo, podemos decir sin excedernos que lo único novedoso es el nombre, ya que el trueque, los intercambios y los préstamos entre particulares han existido durante siglos. Pero es que otros fenómenos englobados por el moderno paraguas colaborativo, como el software libre o el conocimiento abierto, se gestaron en los años 70 del siglo pasado ­–vamos, que hace tiempo que alcanzaron la mayoría de edad.

Referirnos a la economía colaborativa como una moda también nos hace pensar en su caducidad. ¿Dejará de ser ‘molona’ de aquí a unos años? Yo aún no he terminado mi curso online de interpretación de bolas de cristal, pero hay quienes estiman que en 2025 la economía colaborativa alcanzará un mercado global de más de 300.000 millones de euros. El tiempo dirá.

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 Por desgracia, siempre hay quien se aprovecha de este tipo de situaciones. Nos llegan noticias sobre usuarios que se sintieron engañados y, en los peores casos, crónicas de sucesos sobre personas agredidas o mal tratadas cuando intentaban hospedarse en casas de particulares. Sin embargo, los incidentes siguen siendo “escasos y no de excesiva gravedad”. Así lo confirma el mismo estudio de la OCU que dice que “la satisfacción con el consumo colaborativo que indican quienes lo han probado es elevada, con notas medias por encima del 8 sobre 10”.

Mientras, mejoran los sistemas de reputación –incluso nacen herramientas especializadas como Traity– y las aseguradoras firman acuerdos con las plataformas para ofrecer garantías a los usuarios sin coste adicional. Por no hablar de lo útil que suele ser emplear el sentido común.

“Es ilegal”

¡Llegamos al quid de la cuestión! El tema que más gusta y del que más sabemos y hablamos en entre tapas. No en vano, esta y otras lindezas –“economía sumergida”, “competencia desleal”– son las que han conseguido más titulares.

La acusación tiene su lógica dado que muchas de estas prácticas entran en conflicto con la regulación de determinados sectores o surgen aprovechando lagunas legales. Mas me gusta pensar que si quisieran ser ‘ilegales’ operarían en la sombra y no se dedicarían a anunciarse por televisión.

Por otro lado, quedarse en esa afirmación, pierde de vista el trabajo que se está haciendo para regular este tipo de actividades e incluso los esfuerzos del sector por poner un poco de orden en su propia actividad, como el código de buenas prácticas de Sharing España o la labor de OuiShare.

“Un lobo con piel de cordero”

O lo que es lo mismo: un puñado de gigantes, unicornios y otros seres fantásticos –de la talla del B&B más famoso del mundo– que se enriquecen a costa del ciudadano-productor de valor y de mancillar el concepto colaboración.

Por supuesto, están ahí. Negar su existencia no es ni posible ni recomendable –de hecho, de no ser por ellos, ustedes y yo no estaríamos teniendo esta conversación­–; sin embargo, de ahí a que ellos sean ‘LA’ economía colaborativa hay un trecho. Su presencia no implica que no haya matices y variaciones de un fenómeno que...

“¡… ha venido a salvarnos!”

(Aquí bien podría ir el emoticono con cara de bochorno y la gotita en la frente.)

Eh…, a ver…, no exactamente o, al menos, no de un día para otro.

La aspiración de crear una sociedad colaborativa que empodere a las personas es ambiciosa, pero va a hacer falta que trabajemos un poquito más para salir de las crisis mundiales en las que nos hemos metido nosotros solitos. In medio stat virtus.

Dicho esto, ser fieles a los principios de la colaboración y la cooperación permite crear plataformas con verdadero potencial de cambio. Ya existen proyectos colaborativos que tienen entre sus motivaciones trabajar por el bien común, proteger el medio ambiente, promover el consumo responsable… Es decir, iniciativas colaborativas en el sentido más estricto de la palabra, algo que, por cierto –y aquí enlazo con el último punto–, no significa ‘hacer obras de caridad’.

Y es que “No es colaborativo porque es lucrativo”

Sin embargo, la economía colaborativa necesita ser económicamente viable –los hippies y sus familias también comen­. Por eso, ¿qué pasaría si, en vez de demonizar el dinero, cambiáramos su propósito y lo destináramos desde el principio a garantizar la sostenibilidad del proyecto y reinvertirlo (o repartirlo) en la comunidad?

Es el otro gran debate; uno que, por cierto, afecta por igual a todo lo que huele a economía social y solidaria, cooperativa o del bien común, y que nos invita a pensar en la creciente mercantilización de nuestras vidas. Aunque de eso, si les parece, hablamos en otra ocasión.

Isabel Benítez    Periodista y bloguera