1. LA REALIDAD DE LOS GRUPOS DE PRESIÓN
La escuela de analistas políticos, a la que se denomina generalmente la teoría de la democracia o ‘pluralismo’, trató de subsanar esta deficiencia examinando directamente las dinámicas de la ‘política de grupos’. Los pluralistas exploraron las interrelaciones entre la competencia electoral y las actividades de los grupos de interés organizados, y argumentaron que la política democrática moderna es en realidad mucho más competitiva, y las políticas resultantes son mucho más satisfactorias para todos. Según este modelo, el poder democrático no está centralizado; en su lugar, existen una variedad de centros de formulación de políticas y adopción de decisiones rivales. Por sí solos las elecciones y los partidos no garantizan el equilibrio: la existencia de grupos activos de distinto tipo y tamaño es crucial para que el proceso democrático se sostenga y los ciudadanos promuevan sus objetivos.
Así, los científicos sociales son cada vez más conscientes de las tendencias ‘corporativas’ en las instituciones políticas modernas; aludiendo con ello al surgimiento progresivo de acuerdos formales y/o informales extraparlamentarios entre los líderes de los principales grupos de presión, para resolver las grandes cuestiones políticas, a cambio de reforzar sus intereses corporativos. [1]
En definitiva, los grupos de presión son grupos organizados que, a pesar de que tratan de influir en la distribución de los recursos dentro de una sociedad, ya sea para mantenerla invariada o para cambiarla a su favor, no participan directamente en el proceso electoral y, en cierto modo, no están interesados realmente en administrar por cuenta propia el poder político sino tener un acceso fácil y franco a este último e influir en sus decisiones. Si se les denomina ‘de presión’ no es tanto por la posibilidad de tener acceso al poder político, como por la posibilidad de recurrir a sanciones negativas –castigos- o positivas –premios- con el fin de influir en la distribución social de los recursos. [2]
Al calificarlos de grupos organizados, se indica que los grupos de presión son instrumentos de acción colectiva. Se ve de inmediato en la diversidad de nombres que pueden asumir: asamblea, asociación, centro, cámara, comité, confederación, consejo, federación, grupo, liga, movimiento, sociedad, sindicato o unión. Ellos son expresión de un ‘poder privado’ organizado frente al ‘poder público’. La voluntad asociativa es la fuente de estas organizaciones, a la que desean representar; al mismo tiempo, el grupo actúa para la obtención de un resultado a través de demandas o exigencias, o sea de reivindicaciones. [3].
En cuanto a los canales de acceso de los grupos de presión al poder político, son muy variados. Pueden establecer relaciones con los organismos gubernamentales –el Gobierno mismo y la Administración Pública- o los grupos parlamentarios y los partidos políticos, transmitiéndoles sus mensajes por medios de representantes especializados y, en ocasiones, legalmente autorizados: es lo que en español se conoce como cabildeo y en inglés, lobbying. Es más raro el caso de los grupos de presión que actúan simplemente sobre la opinión pública por medio de amplias campañas publicitarias.
Por lo que respecta a los recursos que los grupos de presión tienen a su disposición, estos también son de distinto orden. Entre estos recursos, los más importantes parecen ser: la dimensión (o número de miembros), la riqueza, la calidad y la amplitud de los conocimientos y la representatividad. En igualdad de recursos parece, además, que la probabilidad de éxito de un grupo de presión se acrecienta considerablemente cuando los afiliados y los líderes de la organización provienen de estratos sociales superiores, cuando el grupo trata de promover fines que no están en conflicto con los valores sociales prevalecientes, y cuando las responsables de las políticas públicas consideran legítimo al grupo.
Y en lo que concierne a las relaciones entre los grupos de presión, partidos políticos y Administración Pública, se pueden identificar tres categorías importantes: la relación de ‘parentesco’ por la que el partido sólo se muestra receptivo a las presiones y a las sugerencias de los grupos de presión de su mismo origen ideológico-político; la relación ‘clientelar’ por la que diversos ministerios recurren para su funcionamiento adecuado a la aportación de algunos grupos de presión, que se convierten al mismo tiempo en interlocutores privilegiados y en los máximos beneficiarios de las decisiones políticas; y la relación de ‘colonización’, por medio de la cual algunos grupos de presión, por costumbre o por un poder real de chantaje, son capaces de vetar el nombramiento de importantes funcionarios administrativos, o de imponerlo. [4]
2. GRUPOS DE PRESIÓN Y DEMOCRACIA
Por consiguiente, aunque constitucionalmente cada individuo tenga un voto, unos votos parecen más eficaces que otros. Según opinan algunos autores, el resultado del proceso político refleja el poder de los grupos depresión, de los poderes fácticos.
¿Cómo pueden influir los grupos de presión? Parece que existen, al menos, tres mecanismos. En primer lugar los grupos de presión pueden intentar reducir los costes de la participación en las votaciones y de adquisición de información, especialmente en el caso de los votantes que más probabilidades tienen de apoyarlos, facilitándoles información (evidentemente, la que apoya sus propias tesis) y, a menudo, ayudándoles directamente el día de las elecciones, poniendo a su alcance medios de transporte, servicios de guardería, etc.
En segundo lugar, los grupos de presión cumplen la función de revelar a los políticos la información necesaria sobre las preferencias de los electores. A veces, los políticos carecen de los datos técnicos necesarios para tomar decisiones políticas fundadas. Los grupos de presión constituyen, pues, una importante fuente de información, y ésa es la forma en que suelen ejercer su influencia.
El tercer mecanismo es el soborno directo e indirecto de los políticos. El soborno político directo no es frecuente (debido probablemente no tanto a la pureza de los políticos como al riesgo de que los descubran); pero sí el indirecto: los grupos de presión proporcionan ayuda financiera y de otros tipos a los políticos que defienden sus posturas.
La persuasión y el uso del dinero no son los únicos mecanismos de intervención de los grupos de presión; también las amenazas, el sabotaje de la acción gubernamental y la acción directa son utilizados para alcanzar sus fines. [5]
En la realidad del siglo XXI en que nos encontramos, los grupos de presión se presentan como un elemento consustancial a las sociedades actuales. Ante ello, la primera pregunta que cabe plantearse es si los sistemas democráticos funcionarían mejor o peor sin los grupos de presión. A lo que podemos responder que funcionarían peor, por las evidentes ventajas que comportan. La segunda pregunta es cuáles son las garantías necesarias para que éstos grupos operen como elemento de estabilidad y desarrollo democrático y no como factor de degeneración. A ello habría que responder lo siguiente: ante todo, eliminar el secretismo de sus actuaciones y reglamentar su funcionamiento interno, para que actúen de forma democrática, y su funcionamiento externo para con los gestores públicos. Sin embargo, el surgimiento de los grupos de presión como factor dominante en un sistema político parece señalar una grave crisis tanto en el nivel de la Administración Pública como en el nivel de los organismos representativos. [6]
Además, hoy existe la convicción de que estos grupos de interés no tienen la misma influencia y, por lo tanto, no son iguales en la contienda política; de ello se deduce, también, que el Estado no es un árbitro neutral entre todos los intereses: las corporaciones económicas ejercen una influencia desproporcionada sobre el Estado y, por consiguiente, sobre la naturaleza de los resultados de la democracia. [7]
Según Colin Crouch, en la actualidad estamos asistiendo a la emergencia de una nueva clase dominante (de naturaleza política y económica al mismo tiempo), cuyo fortalecimiento se está viendo favorecido por la creciente dependencia del Gobierno de los conocimientos y de la experiencia de los ejecutivos empresariales y de los principales empresarios, así como de la dependencia de los partidos de sus fondos. Sus miembros no sólo están adquiriendo un creciente poder por sí mismos a medida que las sociedades se vuelven más desiguales, sino que han accedido al papel político privilegiado que siempre ha caracterizado a las verdaderas clases dominantes. Éste es el principal problema de la democracia de principios del siglo XXI. [8]
En suma, hay razones para un control político de los grupos de presión, destinado a equilibrar las diversas demandadas sociales, y razones para un control técnico, que canalice la acción de los grupos para el mejoramiento del mismo sistema político. Las dos se complementan más o menos. [9]
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