La movilización del 15M da lugar a múltiples lecturas. Tal vez la principal sea la que pone el acento en el hiato entre representantes y representados. En las plazas se propaga la idea de que las instituciones han sido secuestradas, dejando de procurar el interés general; y se eleva una crítica al modelo partidista. De ahí, surge el convencimiento de que las instituciones no han estado a la altura de la urgencia social provocada por la crisis. La ausencia de respuestas a los problemas y necesidades de la población hace que surjan iniciativas ciudadanas que, ante la omisión de las instituciones, se erigen en los garantes de derechos conculcados.
Muchos activistas que no veían en las instituciones su espacio, las conciben ahora como una mediación en un contexto de emergencia social. La voluntad de «asaltar las instituciones» no se ve como ocupación sino como la vía para una democracia mejor.
El último número de la Revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global resalta el ámbito municipal como lugar donde se pueden plasmar mejor las nuevas maneras de entender y hacer política que defiende el movimiento ciudadano. Primero, porque surge de ahí, de las plazas donde se han abierto lugares de encuentro para personas que quieren participar en la cosa pública (Res publica), espacios que no piden credenciales donde gente diversa expresa sus coincidencias sin renunciar a sus diferencias. En segundo lugar, porque los municipios son lugares de proximidad y abarcables, aspectos clave para sortear la sensación de impotencia que provocan estructuras de poder que trascienden a los ciudadanos.
Asaltar las instituciones no es una ocupación sino la vía para una democracia mejor
Se conciben los municipios como un nivel de gobierno decisivo para afrontar la sostenibilidad, la cohesión social y asentar una democracia de calidad. La ciudad presenta una doble dimensión: territorio físico (urbs) y comunidad de ciudadanos que la habitan (civitas).
Como espacio, la vida económica y social las convierte en un sumidero de materiales y energía y en fuentes de contaminación inaceptables para el futuro del planeta, cuestiones ineludibles cuando se aspira a la sostenibilidad ambiental.
Como ámbito donde habitan ciudadanos, es un espacio relacional del que brotan diversas actividades y funciones vitales, culturales, económicas y políticas que, según cómo cristalizan y se regulan por el gobierno local, refuerzan o debilitan la cohesión social y la calidad de la democracia.
Límites de la apuesta municipalista
Ahora bien, la apuesta municipalista debe ser consciente de los límites y tendencias a los que se enfrenta. Los límites tienen que ver con las restricciones presupuestarias, el marco competencial y los cauces de participación. La insuficiencia financiera de las instituciones locales es evidente en nuestro país. La evolución del gasto público local apenas ha crecido significativamente en los últimos veinticinco años: a finales de los ochenta la descentralización del gasto público en entidades locales rondaba el 10% y ahora apenas alcanza el 13%.
Las instituciones no han estado a la altura de la urgencia social de la crisis
En contraste, las comunidades autónomas han pasado de un 20% a más de un 37% en el mismo periodo. Y a la insuficiencia presupuestaria se añade que las competencias locales se estén viendo sometidas a nuevos corsés para desempeñar las funciones encomendadas a los municipios que son decisivas para la calidad de vida: protección del medioambiente, vivienda y servicios comunitarios, protección social, seguridad ciudadana y actividades culturales y recreativas. Tampoco se ha abordado el debate sobre los diseños institucionales y los sistemas de incentivos más adecuados para potenciar la participación de la población.
Por otro lado, las tendencias urbanizadoras operan como si fuera posible imaginar una ciudad sin ciudadanos. Por ello, la ciudad se ve anegada por asfalto y cemento, provocando la desaparición de lugares donde sus habitantes podían reconocerse iguales en derechos y deberes. El modelo de ciudad difusa, la conurbación o su transformación en escenario comercial y de consumo, en parque temático o museo para turistas, son instrumentos de un urbanismo empeñado en desposeer a la ciudadanía al mercantilizar el espacio urbano y acabar con la ciudad como «bien común».
Recuperar la ciudad para sus habitantes a pesar de todo
Si la apuesta municipalista consiste en recuperar la ciudad para sus habitantes, significará el rechazo a la política que entregó el espacio urbano a constructores, promotores inmobiliarios y especuladores financieros. Y seguirá siendo necesario que la muy probable presencia de representantes de las candidaturas ciudadanas en los ayuntamientos se acompañe por movimientos sociales reforzados. Sería un error centrar toda la atención en las instituciones descuidando el protagonismo de estos movimientos en sus luchas cotidianas de oposición y resistencia.
La apuesta por la toma del gobierno local solo servirá si abre los municipios para ponerlos bajo el control democrático de la ciudadanía. De no ser así, es difícil que dicha apuesta pueda ser contemplada como parte de un proceso real de transición socioecológica en las ciudades orientado hacia la desmercantilización de la vida social, la descentralización política, el redimensionamiento de la economía y la desmaterialización de los estilos de vida urbanos, que conllevaría la remunicipalización de servicios esenciales para la ciudadanía y la sustitución de consumos privados e individuales por consumos públicos y colaborativos.
No hay que descuidar los movimientos sociales y sus luchas cotidianas de oposición y resistencia
La descentralización política en barrios y distritos debe estar pensada en términos de participación e implicación de la población desde posiciones de proximidad y sentimientos de arraigo local, para lo que es necesario recuperar la memoria, la identidad y una idea de pertenencia a un determinado espacio. La proximidad y la participación permiten, a su vez, detectar y diagnosticar necesidades y debilidades con las que reorientar las políticas municipales.
El redimensionamiento de la economía puede ser leído como parte de la estrategia para contrarrestar la excesiva concentración sectorial y geográfica de la actividad económica, favoreciendo economías a escala humana y relocalizaciones que combatan la fragmentación y especialización de los espacios.
En el sector comercial, por ejemplo, resultan ilustrativas las consecuencias antagónicas que, para la conformación de la vida de una ciudad, se desprenden de que predomine un modelo de grandes superficies en polígonos comerciales y de ocio situados en la periferia frente a la actividad de pequeños establecimientos en los barrios.
Algo similar podría decirse respecto al sector energético: un modelo descentralizado de generación de energía eléctrica a través de instalaciones fotovoltaicas y térmicas bien integradas en los edificios daría lugar a una ciudad distinta de la actual.
En resumidas cuentas, quién sabe si no será la apuesta municipalista hoy la única solución viable para el futuro.
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