Josep Fontana,en su artículo¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, comentaba que debemos estudiarla revolución rusa para comprender la historia del siglo XX y entender mejor la situación que vivimos hoy. También señalaba que todavía se mantiene el pánico hacia ésta tanto en el terreno de la propaganda política como en el de la historia, concluyendo que el anticomunismo dura incluso después de la muerte del comunismo.Todo esto parece obvio (más aún en los últimos años), pero al enunciar estos puntos, me he percatado de cuán complicado es acercarse a este hito histórico precisamente por algunas de las cuestiones enunciadas por Fontana.
La violencia como partera
Se suele argüir, creyendo ser coherentes por ello, que la deriva totalitaria y el consecuente fracaso de la experiencia revolucionaria nos ha de llevar irremediablemente a una enmienda a la totalidad de la misma. Se acostumbra también a trazar una línea continua entre Vladimir Lenin y Iósif Stalin, causa a la que contribuyen muchos estudiosos y simpatizantes de la experiencia soviética, recurriendo a tildar de trotskista a todo aquel que disienta de la línea oficial (hay que reconocer que ciertas lógicas estalinistas sí perduran incluso después de su muerte). Algunos ilustres autores, con mayor rigor, han argumentado que el monstruo estalinista, en cierto modo, se encontraba ya en las prácticas surgidas y desarrolladas, como señala Sheila Fitzpatrick, en un bautismo de fuego como fue la llegada al poder y la consolidación de los bolcheviques. Una cultura política militarizada que seguramente condicionó el desarrollo posterior. Lev Trotsky,durante su exilio, determinó que la URSS era un tipo especial de “Estado obrero” en el que un capa de apparatchiksse había hecho con el monopolio del poder reemplazando a los soviets, los cuales carecían ya, de facto, de representatividad. Trotsky concluyó que la URSS se convirtió en un “Estado obrero degenerado” mientras que Bertolt Brecht lo calificada de “monarquía obrera”.
La juventud como sujeto histórico protagonista
Tras el bautismo de fuego se encontraba una generación de jóvenes militantes y dirigentes revolucionarios radicalizados que compartían una identidad muy particular. Gran parte de los protagonistas del periodo catalogado por algunos autores de “guerra civil europea”(1914-1945) es la conocida como “generación del frente”, criada en las trincheras de la I Guerra Mundial.Jóvenes que conocieron los horrores de la guerra, habían compartido experiencias y que,en definitiva,se aglutinaronen función de una pertenencia cultural y social que tendían a concretar en una aspiración política. Ocurrió con el nazismo y con el fascismo italiano, el Partido bolchevique no fue una excepción [1]. Se nutrió de una mayoría de militantes jóvenes, con una cuota que se incrementaría durante la guerra civil. Basta mencionar que en 1919 el 50% de los militantes del Partido tenían menos de treinta añosy solo el 10% más de cuarenta [2].Si repasamos las edades de algunos de los miembros más destacados de la dirigencia, nos encontramos con que Lenin era un veterano en 1917 con cuarenta y siete años entre la “vieja guardia” bolchevique. Otros líderes como Lev Trotsky, treinta y ochoaños, Grigory Zinoviev treinta y cinco, Lev Kamenev, treinta y cuatro, Karl Radek que tenía treinta y dos (participó en la revolución de 1905 con veinte años), Yevgueni Preobrazhenski, treinta y uno (se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a los diecisiete), o Nikolái Bujarin con veintinueve, son una clara muestra de este fenómeno.
La radicalidad de una juventud que se imponía como sujeto histórico protagónico reafirmando su necesidad de actuar, rechazando en gran medida la tradición, algo que se podía observar en la impugnación –durante los primeros años de la revolución- de la familia patriarcal y de los que se consideraban valores “pequeño burgueses” como los sentimientos, la psicología individual o la espiritualidad. La vanguardia artística, por su parte, interpretaba el arte revolucionario y la política revolucionaria como dos ámbitos que formaban parte de la misma lucha contra el viejo mundo burgués, esto se puede observar con facilidad en los casos de Vladimir Maiakovsky, Vsevolod Meyerholdo ElLissitzky. Se llegaba a hablar incluso de acabar con la familia, entendiendo que las mujeres y los niños eran víctimas potenciales de la concepción, también burguesa,de la familia tradicional. Todo ello formaba parte de la ética de la liberación revolucionaria, impulsada más activamente por los intelectuales bolcheviques. Organizaciones como el Komsomol (Juventud Comunistapara adolescentes y adultos jóvenes) o los pioneros (para jóvenes entre diez y catorce años) solicitaban a sus miembros quetuvieran una actitud vigilante en su entorno familiar y en la escuela para así detectar tendencias “burguesas” y poder reeducar a padres y maestros que demostraran añoranza por el pasado y disentimiento para con los bolcheviques. El Partido Bolchevique también creó, en los inicios de la revolución, organizaciones femeninas independientes(ienotdeli) para promover un rol de la mujer distinto al tradicional en la sociedad, tanto a nivel educacional como organizativo.
La insurrección bolchevique
Ligado a los imaginarios de violencia de los cuales era protagonista esta juventud radicalizada, hay un episodio de la revolución rusa constantemente utilizado para impugnar la experiencia revolucionaria. Se trata de la disolución de la asamblea constituyente por parte de los bolcheviques tras no alcanzar estos una mayoría.
En noviembre de 1917 se llevaron a cabo las elecciones para designar la asamblea constituyente y los bolcheviques obtuvieron el 25% del voto popular. Quedaron por detrás de los socialistas revolucionarios (SR)que alcanzaron un 40%de los votos [3]. Sin embargo, detrás de estos datos hay una realidad sociopolítica que solo podemos comprender si profundizamos un poco más en nuestro análisis. Más allá de las victorias conseguidas en Petrogrado y Moscú y posiblemente en la mayoría de las zonas urbanas, los bolcheviques no lograron construir mayorías en el sector rural. En este ámbito, los SR fueron los que mayor apoyo recibieron. Lo que se suele pasar por alto es que los programas agrarios de los bolcheviques y los SR eran prácticamente idénticos. Además, los SR tenían un arraigo y un apoyo tradicional, sólido y muy extendido en la mayor parte del agro ruso. Como señala Fitzpatrick, en las zonas donde la campaña de los bolcheviques había sido más intensa o se conocía más el programa bolchevique, los votos se dividieron entre ambos. Recuérdese también que tras el episodio del golpe fallido de Kornilov y la pérdida de poder de los moderados, los bolcheviques obtuvieron la mayoría en los sovietsde Petrogrado y de Moscú en agosto y septiembre de 1917 respectivamente. Este acontecimiento en ningún modo pretende justificar la disolución posterior de la asamblea constituyente. Aunque sí puede cuestionar la interpretación que deduce de la insurrección de octubre (noviembre en el calendario gregoriano) la condición y el arraigo minoritario de un proyecto revolucionario entre una mayoría de la población que lo rechazaba (quizá la mitificada voluntad de poder de Lenin estaba sólidamente fundamentada).
Los bolcheviques impugnaban el concepto liberal de Estado que se sitúa por encima de la lucha de clases. La dialéctica entre legalidad e ilegalidad, que fundamenta en gran medida la visión liberal de legitimidad, se encontraba ahora con la oposición de la legitimidad del poder de los sóviets, donde los bolcheviques eran mayoría. Esto es algo típico del contexto histórico en el que se produce la Revolución Rusa. El parlamentarismo y el Estado de derecho se encontraban en crisis y enfrentados directamente a la revolución y la contrarrevolución en la posguerra. La lectura weberiana de la “dominación legal” se encontraba lejos de ser hegemónica en este momento.
Con este ejemplo no pretendo entrar en debates más o menos estériles, en términos morales, sobre el hecho histórico. La revolución rusa fue un acontecimiento que, en términos de Walter Benjamin, pese a todo, frenó el progreso capitalista en algunos ámbitos, modificó las relaciones de fuerzas a nivel mundial y propició una distribución de la riqueza y de los beneficios más justa. Posibilitó el, tan añorado en estos tiempos, estado de bienestar. No se puede despachar con un canto a la libertad y una condena al terror rojo una experiencia de la que se pueden extraer numerosas enseñanzas para nuestro oscuro presente.
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