América Latina es una de las zonas más inseguras y desiguales del mundo. Los niveles de violencia derivados de esta circunstancia afectan sobre todo a mujeres, jóvenes, niños y poblaciones indígenas. Es un impacto psicológico que deteriora el tejido social y que se acentúa por la debilidad de las instituciones y la ausencia de políticas públicas incluyentes y equitativas.
Desde la consideración de que la igualdad y la equidad son imposibles sin el fomento de una conciencia crítica sobre la interdependencia y la responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida, la Asociación Mujeres de Guatemala organizó la semana pasada en La Casa Encendida de Madrid la mesa redonda “Feminicidio: la política del asesinato de mujeres en el capitalismo y el colonialismo”. El acto contó con la participación de Julia Monárrez (México), investigadora en feminismo e inseguridad en El Colegio de la Frontera Norte de Ciudad Juárez; también con Lorena Cabnal (Guatemala), experta en feminismo comunitario e integrante de la Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María de Xalapán; y con Diana Milena (Colombia), investigadora del Instituto de Estudiois Ecologistas del Tercer Mundo y docente de la Universidad El Bosque de Colombia.
“La visión genérica patriarcal crea violencia”
“La justicia tampoco está funcionando dentro de esta estructura patriarcal que da poco poder a las mujeres”
En las últimas décadas, la violencia en América Latina ha provocado dos fenómenos: el feminicidio y la construcción de la masculinidad a través de pandillas juveniles. “El capitalismo con sus crisis crea seres desechables, la visión genérica patriarcal crea violencia”, sintetiza Julia Monárrez al inicio de su intervención. Latinoamérica mantiene una dependencia económica estrecha con Estados Unidos, debido en gran parte a su proximidad geográfica. El capitalismo adopta formas diferentes que precarizan a las personas más vulnerables de la sociedad, en su mayoría mujeres que son expulsadas de la esfera pública y a las que se convierte en seres prescindibles. “Si Marx viviese podría encontrar paralelismo entre las terribles condiciones de los trabajadores en la época de la Revolución Industrial con lo que se vive en los países latinoamericanos, pero aquí tenemos muy lejana la creación de clases medias”, explica Monárrez, que continúa: “ser humana en tiempos inhumanos supone perder el derecho al cuerpo, el derecho a ser sujeto político y el espacio”.
“La industrialización fronteriza crea nudas vidas que a nadie interesan”. Julia Monárrez utiliza esta expresión para referirse a la entrada de capital extranjero que, según la mexicana, “no llega para crear una clase trabajadora con derechos, sino para explotar”. El capital económico articula un estado mexicano que adolece de importantes índices de impunidad. “Entre 2006 y 2016 se han producido más de 120.000 asesinatos y más de 27.000 desapariciones forzosas”, detalla Monárrez, quien denuncia una pérdida de poder político y de control de territorio de un “sistema político corrupto”.
Según la investigadora, “la justicia tampoco está funcionando dentro de esta estructura patriarcal que da poco poder a las mujeres”. Las autoridades reconocen que existe violencia contra las mujeres, “pero siempre comparando con países que están peor”. “Existe un discurso patriarcal hegemónico que invisibiliza la violencia contra las mujeres. El feminicidio es necropolítica”, advierte. El feminicidio implica la pérdida del cuerpo y también la pérdida del espacio. Latinoamérica tiene países con menos violencia, pero existen ciudades donde perviven “colonias con estado de excepción. Esto es, completamente fuera de la Ley. En estos lugares existen puntos específicamente designados para asesinar mujeres. Las mujeres que habitan estas zonas permanecen en un estado de muerte social”, denuncia Julia, que afirma que no existe ausencia de poder. “Hay gobiernos privados, mafias del crimen organizado, formadas sobre todo por hombres y que ejercen acciones de violencia contra las mujeres”. Según Julia Monárrez, “esta situación existe por la ausencia de institucionalidad y de control del territorio”.
A pesar de lo crudo de la realidad relatada, no faltan comunidades que responden a la violencia y tratan de reconstruir la vida. “Existe una sociedad organizada que realiza acciones acompañadas de praxis y lexis. Acciones desde lo público encaminadas a reconstruir el estado de derecho en nuestros países. Reconstruir la vida a través de acciones contrahegemónicas”. El motor de estos movimientos sociales es la convicción de que es necesaria una Justicia que reconstruya la dignidad, que haga labor de pedagogía y fortalezca los lazos de empatía entre quienes integran la comunidad.
México es uno de los 25 Estados que concentra la mitad de los crímenes cometidos contra mujeres y niñas a escala global. Este fenómeno comenzó en Ciudad Juárez, donde la tasa de asesinatos a mujeres llegó a dispararse 20 veces por encima de la media mundial. Según el estudio “Carga Global de la Violencia Armada 2015. Cada Cuerpo Cuenta”, cada año unas 60.000 mujeres son asesinadas en el mundo. Honduras, El Salvador y México están entre los cinco países del mundo con mayor tasa de asesinatos a mujeres y niñas.
La perspectiva de la mujer indígena
Lorena Cabnal es indígena xinca y defensora del territorio. Su perspectiva parte “de una continuación histórica que se explica en el acumulado colonial”. Según Cabnal, la violencia contra las mujeres en la región tiene que ver con una forma patriarcal ancestral e histórica vinculada al militarismo y que tiene como elementos la carga de violencia política ejercida por la colonización española y la esclavitud.
El entronque patriarcal del que parte Lorena Cabnal genera un impacto que condiciona la vida de las mujeres. “La colonia es la cuna del racismo, que está relacionado con la violencia sobre los cuerpos de las mujeres y con su basurización”. Elementos que se acumulan. “La esclavitud lleva a la expropiación del territorio y al nacimiento de un sistema económico al que no le importan la naturaleza ni los cuerpos”. Esta es para Cabnal la complejidad que define el feminicidio vinculado al colonialismo.
El cuerpo de las mujeres como territorio histórico de conquista. La mujer en un contexto de guerra contrainsurgente y su cuerpo como botín sexual. ¿Por qué el feminicidio sólo se interpreta de forma jurídica? “Es un problema más enraizado. Existen varios acuerdos políticos sin concretar y los que se han logrado ha sido a base de presión social”. En esta interpretación histórico-estructural, el Estado no responde y el capitalismo figura como cómplice cuando las mujeres no tienen acceso a elementos básicos y se les condena a la precariedad. “Vemos que no se legisla a favor de las mujeres ni se castiga el delito de feminicidio”.
En este contexto, la mujer indígena se planta ante un triple objetivo: caracterizar la violencia territorial, defender los cuerpos y defender la tierra. Según su punto de vista, la vida sólo se concreta si hay un espacio para la vida. “Las mujeres indígenas se encuentran ante un entramado patriarcal que quiere llevarlas al plano doméstico. Lejos de la protesta o la defensa territorial”, denuncia Lorena Cabnal, que vincula esta lucha a la figura de Berta Cáceres, a quien recuerda como “una mujer de importante significación política y simbólica”.
Colonialismo y modernidad
“Tratan de imponer el discurso del desarrollo y ocultan la epistemología de pueblos que creen en otras formas de desarrollo”. Diana Milena afirma también que existen formas jurídicas tramposas que confunden los derechos de participación con los derechos de propiedad. “Se acaban negociando territorios entre Estados, indígenas y empresas en procesos donde se dota de legitimidad a cosas no legítimas que limitan las distintas formas de tomar la vida”.
Denuncia una cultura de impunidad favorecida por el Estado, que no cuenta con mecanismos eficaces de reparación y que encuentra formas indirectas de terminar con las aspiraciones de las mujeres activistas. “La pérdida de los cuerpos de las mujeres en zonas de resistencia, en un contexto de extracción de recursos, es una suerte de escarmiento”. Se trata de una extinción física y del derrocamiento de su estatus político.
El cierre para el recuerdo. “La importancia del no olvido para no falsear la realidad”, recomienda Milena. “Reconocer la impunidad social de la que somos parte”. Reclaman un nuevo marco de armonía y comunidad basado en el buen vivir que reconozca los escenarios en disputa y luche por la recuperación de un Estado “capturado por las empresas y brazo de criminalización y represión a quienes se oponen a esta situación”.
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