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A. Peppers
Limpiar, cocinar, planchar, cuidar a los niños, sacar al perro… Son las tareas que suele hacer un au pair para una familia en un país distinto al suyo a cambio de alojamiento, comida y una paga semanal. El intercambio puede ser muy positivo si se cumplen las reglas del juego: no trabajar más de 5 horas al día; una paga semanal de alrededor de 100 euros; y, qué menos, un buen trato por ambas partes. No se trata de una nueva forma de esclavitud, sino de un contrato de conveniencia entre jóvenes, generalmente con estudios, que quieren aprender o mejorar un idioma, y familias con hijos pequeños con capacidad para pagar entre 400 y 600 euros al mes, que necesitan una persona flexible a quien recurrir para cuidar de sus hijos.
Lo triste de esta historia llega cuando esta experiencia “única e irrepetible”, como publicitan las propias agencias, se convierte en una salida a la crisis, en una opción temporal mientras pasa la tempestad.
En el año 2010, la página web más popular para poner en contacto a los jóvenes con las familias registró 12.000 solicitudes de personas españolas. Por delante, se situaban alemanes y franceses, con más de 20.000 registros. En 2011, mientras España se situaba por primera vez a la cabeza del paro juvenil en la eurozona, el número de solicitudes españolas para ser au pair se situó en más de 20.000, colocándose en los primeros puestos de demandantes. En 2012, cuando ya se hablaba sin tapujos de la “fuga de cerebros” y de la “generación perdida”, los registros se duplicaron hasta los 48.000, por lo que España se convirtió en la primera nacionalidad de solicitantes. Y ya en 2013, cuando la todavía ministra de Empleo y Trabajo Fátima Báñez dijo aquello de “eso se llama movilidad exterior”, el número de españoles registrados se incrementó hasta los 78.700, mientras que la segunda nacionalidad, Francia, apenas alcanzaba los 36.000.
En tres años, la juventud española se ha convertido en la líder mundial e indiscutible en la demanda de este tipo de trabajo. No sería extraño ver mañana a la ministra alardear de esta situación: “nuestros jóvenes son los más modernos”, diría.
Tanto es así, que por primera vez, la Real Academia Española ya recoge en el avance de la vigésima tercera edición de su diccionario esta nueva palabra, que comienza a resonar por cada rincón de España:
Efectivamente, la definición de la RAE es machista e inexacta. Primero, porque ser au pair no es “especialmente” de mujeres, aunque haya más mujeres que hombres (igual que ir a la Universidad, no es “especialmente” de chicas por el mero hecho de que haya más); y segundo, que se trabaja a cambio de alojamiento, manutención y una paga semanal que en muchas ocasiones supera a los sueldos actuales en España (no hay más que ver las ofertas en la web).
En cualquier caso, está claro que la actual situación económica está abocando a muchos españoles a este tipo de trabajo. Jóvenes que prefieren plancharle la camisa a un señor inglés que no conocen de nada, o pasar la aspiradora a una casa cubierta de moqueta antes que prostituirse en España a cambio de sueldos irrisorios de becario, por debajo del mínimo interprofesional, o peor aún, a cambio de nada.
Algunos de estos jóvenes, que han vivido o que están viviendo la experiencia, tienen muy claro que no se hubiera ido si hubieran tenido un trabajo decente. ¿Te irías de España como au pair, para vivir una experiencia “única e irrepetible” teniendo un buen trabajo en España? “Seguramente no. Si hubiera tenido un buen trabajo en el sector para el que me he formado, esa sería mi prioridad y lo compaginaría con academia u otros métodos para mejorar el idioma”, dice Natalia, de 24 años. “No, el deseo de aprender otra lengua y vivir en un país diferente al de origen hubiera estado ahí; pero la realidad es que la necesidad laboral hizo que tomara esta decisión”, responde Xerach, de 26. “Sinceramente, no”, sentencia Ana Belén, de 28 años. “Quizás si me iría a trabajar allí, dependiendo de cómo estuviera mi situación en casa”, Alicia, 23 años. “Sin duda hubiese viajado para aprender y conocer otros lugares. Eso sí, hay que buscar el momento adecuado”, Carmen, 34. “Después de vivir la experiencia y saber lo que es… Si hubiera tenido un trabajo me quedaría; ser au pair en ocasiones es muy frustrante. Con 23 años estás viviendo la vida de una señora”, Paula, 24. “No, esto es una opción que me planteé desde que estoy en el paro”, Laura, 24.
Mientras, el primero ministro David Cameron, que dio un discurso sobre inmigración el pasado 28 de noviembre, ya tiene promesa electoral para ser reelegido: reducir la inmigración y asegurar que todo europeo que entre en el país, lo haga con un contrato bajo del brazo (los au pair no lo tienen). Así recogió The Guardian algunos titulares:
Según datos de la agencia “Au pair World”, en la primera mitad de este año se habían registrado más de 43.000 au pair de España, “por lo que para la segunda mitad del año se espera también un crecimiento continuo”, aseguran. Ahí va otra remesa de au pair para Londres, Bristol, Manchester, Berlín, París… Toda una aventura. Pero la gracia de vivir una experiencia “única e irrepetible” es que se decida vivirla libremente, y no como una opción forzosa. En ocasiones, como la única opción; como el as bajo la manga cuando se van agotando las oportunidades.
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