En los debates estrella que hubo a finales de 2016 en el Reino de España se preguntó a los simios cuál era la palabra que más impacto les había causado durante el año saliente y muchos respondieron que el término la “postverdad” merecía, en particular, el Óscar a la nueva tendencia a mentir en las redes sociales y, en general, en todas las reservas de antropoides.
Reunidos en lucrativas “ágoras” televisivas, radiofónicas y académicas los monos rumiaban y deconstruían al nuevo monstruito que pregona, cual nefasto 666, la victoria de la mentira. ¿Cuándo –me pregunté– el bípedo implume [1] ha tratado de decir lo que piensa, con la excepción de los excluidos, los borrachos y los vencidos?
Primero me acordé de Lao Tsé (siglo VI a.C) que escribió en su Tao Te King (El Camino): “Las palabras hermosas no dicen la verdad, la verdad no puede decirse con palabras hermosas” y luego del gran Ernesto Sábato, quien en uno de sus libros –ahora no me acuerdo cual– subraya: “La verdad no es importante, hay otras cosas que tienen mucho más valor, porque la verdad casi siempre produce dolor y destrucción”.
Después me transformé en una especie de Tersites [2] y, acudiendo de nuevo a Petronio, investigué si ese novelista de la época de Nerón, decía algo sobre “la postverdad”. En el capítulo CXVI de El Satirión me encontré con esta perla narrativa: “el anciano poeta Eumolpo y los jóvenes Eucolpo y Giton, caminan por un sendero y ven a lo lejos una ciudad sobre una colina”. Preguntan a un campesino de qué urbe se trata y éste les responde:
“Aquello es Crotona, antiquísima población que en su día fue la primera de Italia (…) ¡Oh, extranjeros, si queréis trabajar cambiad de ruta o buscad otro medio de ganaros la vida! ‘Pero si pertenecéis a las clases distinguidas y no os asusta la obligación de mentir de la mañana a la noche, encontraréis la fortuna en esa ciudad’ (…) En ella sólo veréis cadáveres a medio devorar y cuervos que de ellos viven” [3] (…) Después, el vate alza la vista y, como si estuviera contemplando el Helicón, recita estos versos:
¡Corrupción por doquier! En los comiciosvirtudes trueca el oro por los vicios ¡Oh, Justicia! [4]
De nuevo regresé a uno de mis manuales de cabecera “El arte de la mentira política” del escritor Jonathan Swift y, sobre las elites, leo:
“Unos sueltan una mentira para vender o comprar un fondo o una acción a un precio más ventajoso, y los otros, porque es honorable servir a su partido”. Sobre los súbditos agrega: “El derecho de inventar y difundir mentiras políticas reside también en parte en el pueblo, que en los últimos años se ha distinguido por su apego obstinado a este justo privilegio” [5].
Jonathan Swift pone matrícula de honor a dos mentiras infalibles: la φοβερον y la δομοειδεσ (“la foberon” y “la domoeides”), es decir: “la que sirve para asustar e infundir terror, y la que anima y alienta, que son extremadamente útiles cuando se saben utilizar”. Asimismo, aconseja a los líderes “no mostrar al pueblo demasiado a menudo objetos terribles, ya que pueden acabar siéndoles familiares y acostumbrarse a ellos” [6].
El teólogo anglo-irlandés (autor de los “Viajes de Gulliver”, amarga e incomprendida sátira contra la sociedad y la condición humana) nos alumbra diciéndonos “que se reconoce rápidamente a los que dicen mentiras por los excesivos juramentos que repiten sin cesar”. Sobre “la gran inclinación que tienen todos los hombres de estos tiempos (siglos XVII y XVIII) a crear mentiras”, advierte de que de “el medio más adecuado y más eficaz de destruir una mentira es oponerle otra mentira”.
Por ejemplo, indica, “si alguien os dijera que el Pretendiente estuvo en Londres, no vayáis a combatir esa mentira diciendo que nunca ha venido a Inglaterra, sino que demostraréis con testigos oculares que no avanzó más allá de Greenwich (cerca de Londres) y que de allí volvió sobre sus pasos” [7].
“Las mentiras sobre las (golosas) promesas que lanzan los grandes, los ricos, los poderosos, los Señores, los que están bien situados, se conocen por los gestos que hacen al decirlas: os ponen la mano en el hombro, os abrazan, os estrechan, se inclinan a saludaros, (dan saltitos); eso son señales de que os engañan y que quieren impresionaros”, [8] remacha Swift.
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para preguntar ¿se puede menospreciar a la ciudadanía por adulterar “la verdad” en las redes sociales, y dar la espalda a lo monstruoso, a las mentiras ciclópeas con las que los poderosos bombardean nuestras mentes?
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