Una vez me dijo una jovencita, nacida en una cuna de oro, que jamás se había fijado en un mendigo “hasta que huyó de su casa”. Esa persona, de nombre C… vivía en un barrio adinerado de Madrid y un día, en el que tuvo una violenta discusión con sus padres, se marchó de su “torre de marfil” y empezó a deambular por barrios, cada vez más bajos, donde descubrió el submundo de los intocables [1], los drogadictos, los nadies.
Allí fue mordida por el caballo y una noche de Navidad, cuando se encontraba en un lóbrego habitáculo de la Plaza de Chueca [2] intentando clavarse una jeringuilla, un hombre –al que llamaré Jean Valjean [3] -, la sujetó de la muñeca, la levantó y, tras darle cobijo, la enseñó todo lo que no había aprendido en las escuelas y universidades privadas, donde adquirió una vasta cultura y se convirtió en una virtuosa pianista.
A C… le pasó algo parecido –en conclusiones, no en experiencias-, a lo que le ocurrió al príncipe Gautama Sidharta [4] (conocido como Buda), a quien su padre, el rey de los Sakyas [5], le tenía prohibido salir del palacio de Kapilavastupara [6] que no viese lo desagradable que era el mundo y no conociese el sufrimiento de los seres humanos.
El joven desobedeció y saltó los muros de palacio. En la calle vio como vivían los parias, y se encontró con realidades que ignoraba: la exclusión, la enfermedad, la vejez, el abandono, la muerte, etc. Así pasó del “yo” al “otro”, de “la mismidad” a “la otredad”, y dedicó el resto de su vida a buscar un camino para liberar del dolor a sus semejantes.
Hay muchas personas que creen que el mundo es una prolongación de su barrio, su casa, su programa favorito de televisión, etc., y pueden vivir toda la vida ignorando que hay gente que tiembla de frío en las noches de invierno porque les han cortado la luz o “vecinos” del otro lado de la ciudad que todos los días buscan comida en la basura.
La parábola india del elefante es muy ilustrativa: Seis personas con los ojos vendados [7] tocan a un proboscidio y hablan. Una palpa la trompa y dice: es una serpiente; otra, la pata, y dice: es una columna; otra, un colmillo, y dice: es una lanza; otra, la barriga, y dice: es un muro; otra, la cola, y dice: es una soga; otra, la oreja, y dice: es un abanico.
¿Por qué no introducimos la asignatura de “las barriadas” en las escuelas?
Luego los Hunos y los Otros – que tienen prohibido desvendarse hasta que se lo diga el rey de Calderón de la Barca-, se sientan a discutir, -a veces con bates de béisbol-, acerca de la realidad que han palpado, y ninguno se pone de acuerdo. Se enfadan, se insultan, se pelean, incluso intentan matar “al zoquete que no se entera de nada”.
En la película “Ghandi” de Richard Attenborougt, el “hombrecito” habla a una encendida multitud de la desobediencia civil pacífica como medio para acabar con el yugo colonial británico. Cuando termina su mitin se le acercan unos chavales y le dicen que quieren unirse a su causa. De acuerdo -les dice Mahatma [8]-, pero antes debéis conocer las aldeas de India pues, sin esa experiencia, jamás comprenderéis cómo vive la mayoría del país y cuáles son sus necesidades.
Los políticos españoles deberían conocer también “las barriadas” de España, algunas están en el subsuelo y no parecen de este mundo. Palabras como pasaporte, bandera o nacionalidad allí no significan nada. Otras “barriadas” están en zonas muy altas y no se ven porque están cubiertas de niebla. Allí hace mucho frío. Allí la Navidad congela los dedos y los parte en trocitos de hielo.
¿Por qué no introducimos la asignatura de “las barriadas” en las escuelas? Así se complementaría la “educación para la ciudadanía”. Bueno, ha llegado el momento de pedir a las seis personas que tenían los ojos tapados que se quiten las vendas. Quizás se produzca un milagro y, de repente, vean lo que no podían ver.
Terminemos con este fragmento de la “Vida es sueño” de Calderón de la Barca:
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;(...)
Y vuelve a cantar Quiquirirí el Noble Gallo Beneventano para recordarnos esta sabia sentencia del maestro uruguayo Eduardo Galeano: "Si votar sirviera para cambiar las cosas, estaría prohibido".
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