Doy mi más sentido pésame a todos los amigos de los animales por el asesinato del elefante más grande de África, cometido en Zimbabwe el pasado 8 de octubre, a manos ensangrentadas de un cazador alemán que pagó 60.000 dólares por tener el derecho a matar al último mamut del planeta.
“Lo más indignante es que, cuando un zimbabwense mata a un animal salvaje para alimentar a su familia es condenado a penas que van de 5 a 15 años de cárcel, pero cuando un cazador extranjero millonario dispara cobardemente contra esos ejemplares únicos se sale con la suya y goza de total impunidad”, señala una nota aclaratoria a la información publicada por el periódico británico The Daily Thelegraph.
La muerte de ese elefante, al que he bautizado cariñosamente con el nombre de Ganesa , nos trae a la memoria el asesinato del león Cecil, considerado un símbolo de Zimbabwe, que fue abatido el pasado 6 de julio por el dentista estadounidense Walter Palmer, de la ciudad de Minneapolis (estado de Minnesota).
Celil, que estuvo cuarenta horas agonizando antes de morir, ha sido sucedido en la jerarquía del trono africano por el león Jericho, que al igual que su predecesor vive en el Parque Nacional de Zimbabwe (NZP), según informaron los responsables del NZP.
En los pulmones de la Tierra también crece el cáncer de los mercaderes que sólo obedecen la ley del Caballero Don Dinero
También en la España profunda, líder en maltrato animal, una jueza acaba de condenar a ocho meses de cárcel a un hombre de 41 años, Eugenio Sánchez, por haber matado con brutal sadismo a su caballo, “por hacer una cabriola no permitida” -que lo descalificó- en una carrera al trote celebrada en 2012 en un hipódromo de Mallorca.
El caballo, que corresponde al nombre de Sorky Da Pont, había ganado ya 24 carreras en la modalidad denominada “trote enganchado con cabriolé. Tras ser descalificado en la citada competición, Eugenio montó en cólera y, en la misma cuadra que tenía en el hipódromo, molió a palos al animal causándole graves heridas en el cuerpo y en la cabeza. Cuando el equino quiso escapar, le partió el cuello con una barra de hierro.
“La muerte de ese caballo de carreras en su propia cuadra del hipódromo es una aberración en el siglo XXI”, dice el auto de la jueza, primera magistrada de España que condena a una persona a la cárcel por ensañarse contra un animal indefenso al que no se le permitía cometer errores que perjudicaran al bolsillo de su dueño.
Enlazando con el lado oscuro de la condición humana, una vez un terrateniente me contó, cómo atravesó y mató de un solo disparo a una pareja de liebres que estaba copulando en una de sus fincas. ¿Se puede sentir placer asesinando “lo sagrado”?
Entiendo que se mate animales para comer, para salvar a alguien de un peligro, para ganarse la vida, incluso comprendo a la mantis religiosa que se zampa al macho tras haberla echado un mal polvo, pero asesinar a seres bellos e inteligentes por gozo o diversión, por conseguir un anhelado trofeo, sólo me produce asco y desprecio, así como vergüenza de pertenecer a la etnia del simio ilustrado.
Hay gente que cree que los animales no piensan, no tienen sentimientos, no hablan, no se comunican con los humanos y, en base a ese evangelio de santateresa, veneran escopetas que destrozan la frente de la belleza. ¡Amigo, amiga! ¡Aléjate de las alimañas del maltrato y de la muerte! ¡Huye de la mano rápida que alterna el puño y la caricia!
Todos los animales, plantas y elementos del planeta forman un frágil equilibrio que corre el riesgo de romperse de forma irreversible. De sabios y amantes de la vida es tratar de evitarlo. En los pulmones de la Tierra también crece el cáncer de los mercaderes que sólo obedecen la ley del Caballero Don Dinero.
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordarnos que el respeto a la Tierra es vital para mantener la balanza y que, cuando atravesemos la línea roja, veremos con gigantes ojos desorbitados, la fermentada implosión de Gaia irradiando el firmamento con su fluorescente cabellera de Gorgona enloquecida.
Comentar