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Consejo de Cooperación reguladora

29 de enero de 2015

Cómo se vacía una democracia desde el interior

"La libertad empieza donde la ignorancia acaba" (Victor Hugo)

Si el nombre de un tratado tuviera que hacer referencia obligatoria al aspecto principal del cual trata su contenido, el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones tendría que cambiar de denominación. La eliminación de barreras arancelelarias no representa apenas el 20% del tratado, y eso en palabras de la mendaz Comisión Europea. La realidad se queda sin duda bien lejos de este porcentaje. Pero si el libre comercio no es su objetivo, ¿qué es lo que persigue el proyecto transatlántico?


El trasfondo geopolítico del TTIP
ESC(CC)  

El TTIP es un tratado enormemente complejo, profundo y amplio que extiende sus efectos a múltiples niveles. Comprender su estructura interna, sus mecanismos legales, principios que lo alientan y sus implicaciones futuras se antoja por tanto imprescindible para comprender sus objetivos finales. Esta labor casi detectivesca nos permite abrir una ventana privilegiada por la que observar los mecanismos de los que se sirven nuestras élites para seguir imponiendo sus intereses a las mayorías. Este artículo se enmarca en una serie que comenzó intentando explicar el trasfondo geopolítico del tratado. Hoy intentaremos vislumbrar los contornos de un organismo muy poco conocido que de instaurarse estará en condiciones de vaciar de contenido y de significación no ya a los parlamentos nacionales, sino al conjunto del poder legislativo europeo: nos referimos al Consejo de Cooperación reguladora.

El último informe de Oxfam pone números a lo que ya debería ser una obviedad para todos. A día de hoy, el 1% de la población del mundo (la que manda) posee la misma riqueza que el 99% restante. Tendencia creciente. Así que lo que la filosofía, el derecho, la biología e incluso la religión afirman (que somos iguales) es contradicho por la gran verdad de nuestro tiempo que es la economía. En efecto, “económicamente“ existen dos clases de seres humanos: la élite minúscula del 1% y el pueblo del 99%. Es el dinero (y no la raza, el origen o la religión) lo que separa a los humanos de los “superhumanos“. Aunque quizás fuera más apropiado hablar del organismo social y su metástasis.

Siempre ha existido la desigualdad pero una como la que hoy padecemos no tiene parangón en la Historia. Esta situación sin embargo está lejos de ser estable. Intrínsecamente, por definición misma podría decirse, una situación como la actual es movediza, volátil o incluso directamente explosiva. Y el 1% lo sabe. Bien que lo sabe. Así que las élites también saben que tienen que tomar medidas si quieren mantener el status quo.

El TTIP está instaurando de forma irreversible el poder de unas élites

El TTIP (junto con el TPP y el TISA) es el acuerdo de las élites “occidentales“ para mantener este orden de cosas. Esta lucha fratricida de poder se lleva adelante contra dos oponentes: la propia población que comienza a rebelarse y contra las élites de países que no aceptan las reglas de juego de Occidente. "Occidente" debe entenderse aquí no como una localización geográfica concreta, sino como una visión del mundo que es la expresada por el modelo neoliberal y que es personalizada por sus élites. Es por ello que "Occidente" también está en Asia (Japón) o en América Latina (Colombia, México).

Una característica fundamental de las "élites de Occidente" es su carácter supranacional, liberadas ya (mentalmente) de las ataduras nacionales. Por supuesto que en el mundo de naciones actual todavía éstas juegan un papel importante (a fin de cuentas el peso relativo de las élites no solo depende de su peso económico sino también del estado que las sostiene). Pero en este mundo en transición acelerada, estas élites se encuentran mentalmente más cercanas entre ellas que de sus conacionales respectivos y no encuentran la menor dificultad en dañar sus propios estados si esto les reporta beneficios adecuados. En definitiva, es el dinero lo que cuenta. Una segunda característica central presente en este grupo y que marca indeleblemente a las élites de Occidente es su subordinación voluntaria a EEUU al que ven como el garante de sus privilegios. Es en este último país donde su control efectivo de la sociedad es más completo y a la vez más sutil. En cierto modo, este país representa para ellas el modelo a seguir. Un último tercer elemento característico es la subordinación del poder político al poder oligárquico empresarial, resultado de más de 30 años de políticas contra el Estado y con la aceptación casi universal del dogma neoliberal en los todos los arcos parlamentarios de los países europeos.

Es este carácter apátrida, esta subordinación a los EEUU y este control del poder económico sobre el poder político lo que las diferencia de otros países. Y lo que las aleja. Visto desde esta perspectiva de élites, el TTIP presenta dos vectores principales que marcan sus objetivos. Para alcanzarlos el tratado se sirve de mecanismos novedosos, muy sutiles y extremadamente efectivos. Sus vectores principales son a nivel interno la instauración del gobierno empresarial en el mundo occidental y a nivel externo el reforzamiento de su eslabón más fuerte (Estados Unidos) para enfrentar mejor la amenaza de los países del BRICS, que no aceptan el orden establecido por Occidente.

Servir a estos dos vectores principales es por tanto la función de todos y cada uno de los mecanismos y principios insertos en el TTIP. Uno de los más efectivos y más desconocidos es el Consejo de Cooperación Reguladora (CCR), que es el que trataremos de ver algo más detenidamente.

El Consejo de Cooperación reguladora

Por las filtraciones publicadas sabemos que el Consejo de Cooperación reguladora es un nuevo organismo transatlántico previsto por el TTIP. Su composición será paritaria entre funcionarios de los EEUU y de la UE. Su función será la revisión de la totalidad de la legislación tanto presente como futura de la totalidad del bloque transatlántico. Su ámbito de actuación abarcará tanto normas legislativas como toda otra reglamentación no legislativa de cualquier nivel, ya sea el europeo, el nacional o cualquiera de los subnacionales (ayuntamientos, regiones, estados federados etc). El criterio de actuación estará marcado por cuestiones meramente monetarias como serán los costes para las empresas provocados por las regulaciones o posibles reducciones o aumentos de las partidas presupuestarias para los Estados. Para garantizar su efectividad el CCR estará situado en la cúspide jerárquica, con lo que estará autorizado a paralizar la labor de cualquier otra instancia.

Un organismo tan cuidadosamente diseñado y tan estratégicamente situado no puede ser el resultado de la casualidad y denota un alto grado de preparación. Se sabe bien lo que se pretende. El CCR busca alterar decisivamente todo el proceso de creación legislativa, paralizando antes de su promulgación toda ley "dañina" al interés empresarial. Constituirá así una especie de comité de censura de parlamentos que vigile el respeto del orden neoliberal. No es otra cosa que ideología hecha organismo público. Al mismo tiempo podrá revisar todo el haber legislativo a la búsqueda de leyes en vigor opuestas a este mismo interés privado, cambiando en "petit comité" el resultado de decenios de luchas por derechos sociales y medioambientales. Esto es lo que la Comisión conoce como un “tratado vivo“. El TTIP no es algo fijo sino que pone en marcha un proceso de cambio legislativo continúo cuya orientación está marcada de antemano y cuyos efectos serán progresivos en el tiempo. El CCR se puede comparar así a la inoculación de un virus. El pinchazo es inofensivo, las consecuencias pueden se fatales.

Este vaciamiento de la democracia por medio del debilitamiento del poder legislativo de los estados es un paso más en el proceso de neoliberalización de nuestras sociedades. Este paso dramático se hace necesario ante el hecho de que el despojo de la sociedad ha dejado de centrarse en las capas más desprotegidas y se concentra ahora en sus clases medias. Pese a la labor anestésica que llevan adelante los medios de comunicación de masas, el dolor acumulado es tal que los Gobiernos de los estados se han convertido en el eslabón débil del control de la sociedad por la élite del 1%. Pese a que desde el tratado de Maastricht los estados han ido viendo limitados sus prerrogativas y su libertad de acción (no olvidemos que el 80% de la legislación nueva tiene su origen en Europa), éstos siguen siendo enormes palancas de poder. Así, aunque las normas comunitarias constituyen una camisa de fuerza neoliberal, un gobierno decidido a defender los derechos de su población tiene enorme margen de maniobra. No es el momento aquí de describirlas con detenimiento, pero el grado de deterioro del sistema financiero es tal que el poder de presión de un país pequeño como Grecia puede ser enorme si amenazase simplemente con una moratoria de su deuda soberana. Y eso sin contar con el „efecto llamada“ que tales decisiones tendrían sobre las poblaciones de otros estados miembros. Ante una “coalición de rebeldes“ (por ejemplo Grecia y España) las élites europeas tendrían que sentarse irremediablemente a negociar bajo la presión de ver a todo el sistema financiero europeo caer como un castillo de naipes ante el impago de un estado como el español.

Ante la inminencia de esta amenaza el TTIP ofrece una solución "neoliberal" a esta eventualidad. El Consejo de Cooperación Reguladora crea un nuevo nivel transatlántico de decisión (todavía aún más lejano e inaccesible a la ciudadanía que el europeo) con la capacidad de intervención preventiva ante "cualquier" normativa de cualquier nivel que vaya en contra de los intereses monetarios de las empresas. En la práctica esto significa que cualquier iniciativa política de cualquier gobierno puede ser "legalmente" paralizada. Que esto sea o no posible dependerá de la correlación de fuerzas existentes, pero crea sin duda una vía para declarar ilegales a gobiernos que insistan en normativas que sean previamente paralizadas por el CCR, basándose en el peregrino criterio de perjuicios a las empresas, lo cual abrirá la puerta a enormes tensiones internas. Quién sabe, quizá podamos ver pronto revoluciones de colores en Europa Occidental.

La voracidad de los negociadores del TTIP no tiene límites

Digámoslo de otra manera. Según los datos conocidos hasta ahora (no olvidemos que las negociaciones del TTIP son secretas y que sólo una decena de parlamentarios europeos reciben resúmenes del estado de las negociaciones) el CCR crea un nuevo nivel transatlántico de decisiones que está jerárquicamente colocado en la cúspide burocrática y que puede detener cualquier normativa que afecte económicamente a las multinacionales. Permitirá así intervenir "legalmente" a los EEUU en los asuntos de cualquier estado soberano, deslegítimando la toma de decisiones de parlamentos y gobiernos refrendados popularmente. A diferencia del nivel europeo que no cuenta con mecanismos coercitivos realmente potentes contra gobiernos rebeldes, el garante implícito de las decisiones del CCR serán los EEUU, que como es bien conocido, cuenta con el mayor dispositivo represivo del mundo. Mirado así desde este otro ángulo la afirmación de Hillary Clinton que definió al TTIP como la OTAN económica cobra su sentido pleno. Esta coerción, claro está, existirá para los estados europeos pero no para los EEUU, como se desprende de cualquier relación de vasallaje. Aunque lo explicado solo suponga un caso extremo, la mera existencia de esta posibilidad llevará a que la autodisciplina y el autocontrol sean la norma de comportamiento habitual de muchos gobiernos.

Este órgano burocrático todopoderoso no tendrá la función de legislar, sino la de vigilar la legislación. Ya que la mitad de sus miembros serán estadounidenses su composición da un poder inaudito a la contraparte americana para influir en las decisones soberanas de órganos democráticamente elegidos. Podrá así (en el caso de una decisión del Parlamento Europeo) anular la voluntad democrática tomada por los representantes legales de 500 millones de europeos. Se podría argumentar que esto también lo podrían hacer los representates de la Comisión Europea. En primer lugar, esta posiblidad es igualmente reprobable; pero en segundo lugar, creer que unos funcionarios europeos iban a imponer su voluntad al gigante norteaméricano significa ignorar supinamente la relación de fuerzas existentes en las relaciones transatlánticas. No olvidemos cómo funciona la OTAN militar. Su contraparte económica no será diametralmente distinta.

Concluyendo ya, hay un último punto que debe ser tomado en cuenta y que es además de una enorme trascendencia. Eliminando la posiblidad real de cambio por las vías demoráticas establecidas, este tratado está eliminando la democracia si ésta se define como la voluntad popular y está instaurando de forma irreversible (en la medida que esto es posible en la historia) el poder de unas élites. Bajo la apariencia de instituciones democráticas y conservando todos los elementos externos (elecciones, parlamentos, constituciones y partidos) el poder decisional real está siendo concentrado en muy pocas manos que actúan por vía de intermediarios y que constriñen cada vez más la autonomía soberana de las naciones y en consecuencia de las poblaciones.

En 1999 David Rockefeller en unas declaraciones al semanario Newsweek declaraba: “alguna cosa debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo“.

El TTIP representa sin duda un paso de gigante en esta dirección. Su objeto es disciplinar el campo occidental desde una perspectiva doble: con respecto a las poblaciones y con respecto a los estados en sí mismos. Todo ello para hacer de Occidente un bloque más compacto y eficiente en su enfrentamiento con las potencias emergentes. En este sentido el progresivo debilitamiento de Europa como entidad política es un paso necesario, al igual que lo es el vaciamiento de su democracia. El reforzamiento de los EEUU no es un objetivo final en sí mismo sino el paso necesario hacia el orden neoliberal deseado. En "modo confrontación", que es donde actualmente nos encontramos habida cuenta de las tensiones con Rusia y con China, es normal que “Occidente“ elija reforzar su eslabón más fuerte.

En cierta medida resulta irónico ver cómo los países que fueron los abanderados (con límites) de la democracia se encuentran inmersos en un proceso que puede terminar con ella, si por democracia entendemos el pensamiento de Lincoln de gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En una frase que debería estar bien presente en todos nuestros razonamientos sobre el mundo que nos rodea. Zizek nos recuerda que el matrimonio entre el capitalismo y la democracia ha terminado. Es a nosotros quien nos toca elegir qué es lo que queremos.

David Garcia  

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