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La agroecología tiene como unidad funcional objeto de estudio el agroecosistema. Sin embargo, la visión agroecológica va más allá de la visión productivista del sistema agrario y tiene también en cuenta la sostenibilidad ecológica del sistema y las implicaciones sociales que generan la presencia de agroecosistemas.
Pero, ¿qué es un agroecosistema? Normalmente estamos acostumbrados a escuchar el término ecosistema referido a un bosque, un glaciar, un arrecife de coral…es decir, a ecosistemas autorregulados que no están sometidos a presiones externas (teóricamente, ya que la influencia del ser humano implica una presión sobre muchos ecosistemas naturales). Sin embargo, en el momento en el que se extrae alguna materia prima de ese ecosistema éste deja de estar autorregulado. Al extraer parte de la producción de ese ecosistema inmediatamente éste sufre un desequilibro y para que continúe estando regulado el agroecosistema necesita del aporte de un input externo (en muchos casos en forma de abono en el caso de los ecosistemas agrarios). Si tenemos que resumir unas características comunes a todos los agroecosistemas podríamos señalar las 4 siguientes (Odum, 1984):
- Requieren fuentes auxiliares de energía para aumentar la productividad de organismos específicos.
- La diversidad puede ser muy reducida en comparación con los ecosistemas naturales.
- Los animales y plantas que dominan son seleccionados artificialmente y no por selección natural.
- Los controles del sistema son, en su mayoría, externos y no internos, ya que se ejercen por medio de retroalimentación del subsistema.
Estructura general de un sistema agrícola y su relación con los sistemas externos (Briggs y Courtney, 1985)
El objetivo de la agroindustria actual es el de generar agroecosistemas lo más simplificados posible (que cumplan las 4 premisas comentadas), esto es, muy poca diversidad de especies (la especie del cultivo principalmente), evitando cualquier mala hierba y organismos animales que puedan representar una potencial amenaza para el cultivo. Cuando se obtienen sistemas tan simples el control de los mismos y su compresión es también muy simple, ya que las relaciones ecológicas que se dan entre las distintas especies son escasas.
Sin embargo, cuanto más simple es un ecosistema menos capacidad tiene de autorregulación. Es decir, más susceptible es a la aparición de plagas, enfermedades, etc. Son ecosistemas muy poco resilientes. La resiliencia se puede definir, en este contexto, como la capacidad de un ecosistema para resistir un impacto y también para recuperarse rápidamente tras el mismo.
Por el contrario, en agroecosistemas complejos, con mayor diversidad de especies, las relaciones ecológicas son más complejas, y al mismo tiempo permiten una mayor capacidad de regulación del sistema. Por tanto, son ecosistemas más resilientes. La probabilidad de plagas es menor, ya que la mayor diversidad de especies permite albergar organismos que actúan como depredadores de las potenciales plagas, también es menor la probabilidad de aparición de organismos fitopatógenos, ya que muchas de esas malas hierbas generan sustancias tóxicas que actúan contra estos organismos patógenos.
Así, las técnicas agroecológicas buscan esto último, generar ecosistemas resilientes a través de un conocimiento profundo del ecosistema. Es decir, mientras que la agroindustria obtiene agroecosistemas que responden a los 4 puntos mencionados anteriormente en el caso de la agroecología se centra en obtener un conocimiento profundo de 3 áreas agroambientales (Altieri, 1999):
- El ciclaje de nutrientes. Estudiar los ciclos de los nutrientes en el suelo, especialmente de los macronutrientes (Nitrógeno, Fósforo y Potasio).
- Las interacciones plaga/planta.
- La sucesión ecológica. Es el proceso por el cual un ecosistema evoluciona desde su expresión más simple hasta su estado de máxima madurez o clímax.
La agroecología ha tenido especial desarrollo en zonas tropicales principalmente de América Latina. Fruto de una cultura heredada de las comunidades indígenas, algunas zonas tropicales de América Latina han conservado y/o mejorado a través de técnicas agroecológicas esta agricultura (por ejemplo, en zonas de los Andes). Sin embargo, esto ha tenido lugar especialmente en las zonas de morfología más agreste, como son los valles y las montañas, mientras que en las llanuras la agroindustria ha implantado su modelo de agroecosistemas de baja complejidad (por ejemplo, zonas de Argentina y Paraguay). En casos muy concretos el desarrollo de la agroecología ha sido de un gran esplendor, como es el caso de Cuba, cuyo aislamiento internacional obligó a idear sistemas agrícolas lo más autorregulados posible, y por tanto muy poco dependientes del exterior.
Como ya he comentado, son sistemas de una elevada complejidad. En muchos casos se mezcla la agricultura y la ganadería, de la cual se obtiene el abono para fertilizar la tierra. También es común que sean sistemas agroforestales, es decir, que se mezclen especies agrícolas con otras forestales de las cuales también se obtiene un aprovechamiento, además de proporcionar una mayor diversidad de especies al ecosistema. Un ejemplo de ello es el cultivo del café. Hay que resaltar también que son comunes los minifundios, es decir, pequeñas extensiones de terreno, mientras que los latifundios reducen la complejidad del sistema. El hecho de tener un terreno compuesto por minifundios con agroecosistemas diferentes proporciona una mayor complejidad al sistema ya que existe transferencia de organismos entre los diferentes agroecosistemas, mientras que esto no es posible si en la zona predominan los latifundios.
Ahora bien, ¿en Europa aplicamos las técnicas agroecológicas? Es muy complicado que los agricultores en Europa puedan aplicar estas técnicas. Al igual que ocurre en América Latina, los terrenos más propensos aplicarlas serían los más agrestes, ya que la agroindustria ha sido capaz de acaparar todas las zonas de llanura, con gran aptitud agrícola. Sin embargo, es muy poco común encontrar agroecosistemas con aplicación de técnicas agroecológicas en estas zonas, aunque hay excepciones y en algunas zonas de valles y montañas pueden encontrarse pequeñas iniciativas. Aun así, dadas las cadenas de producción y las características del sistema capitalista de la agroindustria estos sistemas son muy poco frecuentes en relación con la presencia de éstos en América Latina.
En este momento el lector puede preguntarse si los alimentos que consume de agricultura ecológica provienen de agroecosistemas en los cuales se han aplicado técnicas agroecológicas. La respuesta, por desgracia, es que muy probablemente no. En Europa la agricultura ecológica en su gran mayoría es una agricultura de sustitución de insumos, esto es, sustituir los inputs inorgánicos (agroquímicos) por otros orgánicos. En muy pocas ocasiones el abono orgánico añadido al suelo es producido en la propia explotación o, por ejemplo, se usan “preparados naturales” para combatir las plagas en vez de controlar las plagas a través de los propios depredadores naturales, hecho que muchas veces no es posible debido a la baja complejidad del agroecosistema. Es por ello por lo que prefiero llamar a la agricultura ecológica por su nombre en inglés, agricultura orgánica, ya que refleja mucho mejor lo que estamos comentando. La legislación europea en materia de agricultura ecológica en ningún momento hace referencia a la obligación del uso de técnicas que aumenten la complejidad del sistema. Así, por ejemplo podría darse el siguiente caso. Un agricultor tiene 50 hectáreas de olivar, y destina 25 a agricultura convencional y 25 a ecológica. Sin embargo, la mecanización puede ser la misma. El suelo puede estar labrado en el ecológico tanto como en el convencional con la misma maquinaria y de la misma forma. Las únicas diferencias estarían en el abonado de uno y de otro y en la lucha contra las plagas. La diversidad de especies sería la misma en ambos casos y, por tanto, la complejidad de ambos sistemas sería similar y muy baja.
Pongo otro ejemplo ilustrativo y real. Imaginaos un invernadero en Almería en el que se producen tomates ecológicos. ¿Creéis que centenares de tomateras debajo de un plástico en suelo desértico al que se le aplica un abono orgánico responde a un agroecosistema en el que se aplican técnicas agroecológicas? Decía al principio de este artículo que la agroecología tiene en cuenta la sostenibilidad ecológica y las implicaciones sociales de los cultivos. El hecho de cultivar en una zona desértica sometida a una eleva presión hídrica tiene implicaciones sociales negativas muy importantes. Este sistema estaría muy lejos de ser un sistema complejo con cierta capacidad de autorregulación. Pero eso sí, los tomates son ecológicos porque no tienen ningún agroquímico añadido.
Necesitamos crear agroecosistemas complejos, con alta diversidad de especies, acomodados a las características morfológicas, ambientales y socioeconómicas propias de la zona, que generen baja dependencia de factores externos y cuyos productos sean consumidos de una forma local, respetando a su vez los derechos de los trabajadores y trabajadoras del campo y orientados a la consecución de la soberanía alimentaria.
La larga experiencia acumulada por parte de las comunidades campesinas e indígenas que han aplicado las técnicas agroecológicas durante cientos de años nos permiten, junto con los avances actuales en el conocimiento científico, aplicar toda esta experiencia en la creación de agroecosistemas resilientes que sean capaces de hacer frente a los desafíos que genera el cambio climático y la creciente presión demográfica.
Información adicional
Charla del agroecólogo Miguel Altieri, de la Unversidad de Berkely (California) (español)
Referencias bibliográficas
- Altieri, M.A. 1999. Agroecología: bases científicas para una agricultura sustentable. Montevideo: Nordan-Comunidad.
- Briggs, D. J., and F. M. Courtney. 1985. Agriculture and Environment. London: Longman.
- Odum, E. P. 1984. «Properties of agroecosystems.» In: Agricultural Ecosystems. Lowrance et al.,eds. New York: Wiley Interscience
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